Category: Nada es ficción

Un cuento de Navidad

Paco Tomás preparó un especial de Navidad para Wisteria Lane. Me pidió un cuento que locutó Lara López con la condición de que yo locutara el suyo.

El resultado, aquí.

El cuento que escribí es este:

Todo sucede la mañana del día de Reyes de 1990. Mis padres son muy jóvenes aún. Mi madre está a punto de quedarse embarazada de su tercer hijo, pero aún no lo sabe. De momento solo estamos mi hermano mayor y yo. Hasta hace poco mi padre trabajaba en un bingo de noche. Era cajero y cuando llegaba a casa nos traía un Tokke para mí y otro para mi hermano. Ahora trabaja en un periódico. Mi madre es médico, pero solo trabaja los veranos haciendo sustituciones en los pueblos y nosotros la acompañamos. Este verano hemos estado en Camarena de la Sierra. Mi hermano y yo jugábamos cerca de un molino y me picó una avispa en el codo. Mi hermano la mató y luego me puso barro en la picadura. Es todo lo que recuerdo: mi hermano me salvó la vida.

Vivimos en la calle Bretón, en Zaragoza. Mi hermano y yo vamos solos al colegio. La casa de mis abuelos está muy cerca, en la avenida Goya. A veces nos quedamos hasta tarde y yo me hago la dormida para no caminar y, sobre todo, para no subir los cuatro pisos de la calle Bretón.

Pasamos la Nochebuena en casa de mis abuelos: vienen mis tíos y algunos de sus amigos. Mi abuela se va a la misa del Gallo y los mayores siguen bebiendo champán. Luego, cuando mi abuela vuelve, nos avisa a mi hermano y a mí de que Papá Noel ha llegado: debajo del taquillón de la entrada ha dejado los regalos, que siempre son cosas útiles, nada de caprichos.

Aunque mi madre dice que no cree en dios, pone belén. Yo le pido que ponga un árbol, pero ella no quiere. Dice que eso es una costumbre yanki. Luego me da un poco de espumillón y alguna bola y me sugiere que las ponga en el Tronco de Brasil. Pero a mí me da miedo acercarme demasiado a ese árbol: mi tío nos dijo que esa planta les encanta a las tarántulas y si hay algo que me da miedo son las arañas. Aun así, pongo una bola en la tierra.

La mañana de Reyes me levanto y voy corriendo al salón: ahí están los regalos. Voy a la habitación de mi hermano, pero su cama está vacía. En el cuarto de mis padres no hay nadie. Me quedo frente a los regalos, esperando. Mi hermano y mi madre salen de la cocina: se miran, me miran y se echan a reír ante mi asombro. Y entonces, me lo cuentan.

*En la imagen, un tronco de Brasil, tomada de aquí.

Bolo

alomafotos-015.jpgVoy a inaugurar un Sabeco en Madrid, más concretamente en Rivasvaciamadrid. Me acompañan dos chicos, homosexuales, y Marta, también conocida como la chica del pelo rojo. Quedamos a las seis de la mañana en la esquina de mi casa. Vamos en un coche alquilado. Marta y yo vamos detrás y los dos chicos, delante. Marta me cuenta que ha estado en un camping nudista y que es una pasada, dice. Asiento y ofrezco chicles para todos. Luego me duermo un rato, justo cuando nos perdemos y en lugar de coger la R-2 cogemos la A-2 y, una vez en la R-2, nos pasamos la salida de Rivasvaciamadrid y cuando me despierto estamos en la calle del clavo, que es paralela a la de la tuerca, el tornillo, etc. Por fin nos hemos encontrado. Llegamos con un poco de retraso. Acaban de abrir.

Nos llevan a un cuarto pequeño y lleno de cajas de folletos y uniformes de Sabeco, también hay una nevera de helados vacía y un par de sillas. Llevamos una cámara de vídeo rota, un micrófono con percha y un megáfono. Se supone que hemos ido a rodar la promoción de Sabeco con una actriz pseudofamosa y un director repelente. Yo soy la perchista y Marta, la actriz. Todo lo demás es improvisación. Tres horas por la mañana y tres por la tarde. Antes de empezar ya me he aburrido.

Marta dice en el primer descanso que se lo está pasando muy bien. Ella habla y marca las acciones y no deja intervenir a nadie. Entiendo que se lo pase bien. Volvemos a salir y pacto con el cámara hacerme la torpe: meto la percha en plano, me choco con los carteles y con el cámara y le doy a Marta en la cabeza con la percha. Estoy a punto de sacarle un ojo al cámara, por error, y nos da un ataque de risa.

En la comida hablamos del teatro, del CDA y de la compañía que nos contrata. Luego los chicos hablan de sus novios y de sus proyectos: hacer un musical, comprarse un coche, follar o viajar a Argentina.

Xm, in memoriam

            Es miércoles. Hemos rodado el videominuto en un tiempo récord. Barreiros no está en la cárcel y tenemos un comprador para el coche. Lo llamé y me dijo que podía recogerlo hoy. Compré billetes de avión para el jueves.

            Hay que lavar el coche. Vamos a comprar merienda y un par de estropajos. Vaciamos el  cenicero. Hace unos tres meses que arrancamos los embellecedores del salpicadero y nunca le quitamos el pegamento. Sólo Barreiros lo consigue.

            Esperamos a que nos llame el  vendedor. Barreiros y Germán juegan un España-Argentina en la play station. Julio,  Merche y yo hablamos. Me ponen al día de los cambios en Viridiana, la compañía de teatro en la que trabajaba Merche y que me llama de vez en cuando.

            Suena el móvil de  Germán. Es el comprador. Nos esperan junto al coche. Bajamos rápido. Llueve. Cruzamos la calle y llegamos al coche. Entramos. Barreiros y el comprador se sientan delante, su mujer y yo detrás. 

            Merche, Julio y Germán se quedan fuera. Están en un portal, sin paraguas y vigilan no sé muy bien qué.

            Relleno los papeles de la venta.  Barreiros le da las facturas del coche y la carta gris. Firman y  la mujer me da el dinero. Lo cuento dos veces y se lo doy a Barreiros.

            Todo ha ido sorprendentemente bien. Se han llevado el coche en un camión grúa.  Barreiros dice que nos hemos quitado un marrón de encima.

            Entramos en el supermercado a comprar cervezas. Barreiros y Germán tienen que jugar la prórroga.

Videominutos

            Es domingo por la mañana y estoy en París. Es una visita relámpago. Barreiros tiene asuntos que arreglar con el estado francés. Cree que lo van a llevar a la cárcel, sólo se preocupa cuando se acuerda.

            Le contamos a Germán nuestras ideas para el videominuto parisino. Tomamos café en una cafetería de diseño. Las camareras llevan uniformes. Escribimos los argumentos en servilletas. Germán dibuja en el mantel de papel. Decidimos ir a un sitio en el que se pueda fumar. Salimos de la cafetería y cogemos el mantel de papel.

            Pedimos coca-cola y encendemos un cigarro. Tenemos sed. Germán ha terminado el story board. Es la historia que más nos gusta y la más fácil de rodar. Sólo necesitamos a un chico que haga de mi novio en el videominuto. Llamo a Julio. Dice que sí sin saber de qué va. Se me ha olvidado que no puedo trabajar con él porque me dan ataques de risa en cuanto él me mira. Aun así, vamos a cenar con Julio y su novia en la que fue mi casa.

El último viaje

            El primero en despertarse tenía que llamar al otro. Íbamos a París y queríamos salir temprano. A las ocho he llamado a Barreiros sin salir de la cama. Él se acababa de despertar. Le digo que me llame en diez minutos y me tapo hasta los hombros.

            Llevo a Sara al colegio y compro el pan y los periódicos. Es un día como otro cualquiera y nadie sospecha que me voy a París. Suena una canción de Delerm en mi cabeza. Al doblar la esquina veo a Barreiros con el móvil pegado a la oreja. Mi teléfono empieza a sonar. Salimos de mi casa a las once y media. Si todo va bien, será el último viaje que hagamos con el XM. El coche ya está en ebay y la subasta ha empezado.

            Paramos a comer en un MacDonalds de un pueblo entre Pau y Toulouse. Nos sorprende que se pueda fumar.

            No tenemos música porque el casete del coche se desconectó cuando cambiamos la batería y nunca supimos el código de seguridad. Barreiros ha fracasado en su intento de repararlo empalmando cables. No importa. Hacemos versiones de Calamaro, Bunbury y Kevin Johansen. Discutimos argumentos  para rodar un videominuto en París. Es algo así como una tormenta de ideas en autopista.

            Llegamos a París a las once y media. Dice Barreiros que no está orgulloso de haber hecho 1160 km en doce horas, contando las paradas. El radar ha saltado y nos ha hecho una foto antes de entrar en un túnel. Yo sí estoy orgullosa: hemos llegado a casa de Germán siguiendo mis indicaciones, sin mirar ningún mapa y no me he equivocado. Germán nos espera en la puerta de su casa. Lleva sus zapatos de punta afilada y una cinta en el pelo.

Mudanza

Hemos dejado a Germán en París a la una de la tarde. Ha llegado ala hora prevista. Hemos desayunado juntos en la casa vacía y hemos hecho los últimos chistes. Es el único del que me he despedido porque es el único al que quiero volver a ver. Se ha ido andando hacia el metro con las cosas que tenía en casa y algunos regalos. Barreiros no se ha dado cuenta de las lágrimas.

El coche ha arrancado y hemos cogido el periférico en dirección contraria, como siempre. Es el último domingo de octubre y el sol deslumbra.

El coche está lleno. Las bicis se han quedado en París. Llevo un juego de llaves de la casa para dársela a Julio. Se irá a vivir allí en diciembre.

Llegamos a Zaragoza después de doce horas de viaje. No hemos tenido problemas con el coche. Casi no hemos parado a descansar. Barreiros ha conducido todo el tiempo. Son las dos de la mañana. Tenemos sueño y hambre.

En mi casa, nos espera mi madre con dos platos en la mesa y tortilla de patata. Mi padre y mi hermano nos ayudan a descargar el coche. Barreiros duerme en mi casa.

Por la mañana llevaremos a Sara al colegio y le ayudaré con el traslado. Vuelve a casa.

Sueños

            En una de las escenas las chicas cuentan un sueño. Van de una en una y se acercan al público. El resto se queda detrás escuchando o leyendo una revista.

            La primera está hablando mucho rato pero no sé de qué. La segunda es simpática y elegante. La tercera se inventa un sueño y es muy divertida. La cuarta es la actriz correcta. La quinta es mi hermana. La sexta habla en un idioma que desconozco, en vasco. Se sienta en una de las sillas. El resto se quedaba de pie. Las chicas del fondo, incluida mi hermana, recogen las revistas y se van. La música sube y la luz se apaga. El señor que está a mi lado aplaude. Le miro. Vuelve la luz y no hay nadie en el escenario. La música ha cambiado. Vuelvo a mirar al señor. Me mira como pidiendo perdón. Creía que era el final de la obra.

            En el camerino las chicas se desmaquillan. Entro sin pedir permiso. Si se están cambiando no importa, yo soy chica también. La vasca está muy contenta, casi emocionada. Dice que han aplaudido cuando ha contado su sueño, estaban aplaudiendo el idioma. La miro y me río. Me pregunta que si me ha gustado. Murmuro sí y me abrazo a la pierna de mi hermana. Ya se ha vestido y nos podemos ir.

Estreno

            Tus padres llegan esta noche, después del estreno. Recoges tus cosas y el escenario y llamas a tu madre. Os esperan en un restaurante al sur de la ciudad, bajo la torre de Montparnasse. El teatro está al norte, en las afueras. Llegar os cuesta una hora en coche, os habéis perdido un par de veces. Aparcáis el coche en la esquina. Te adelantas.

En la mesa sólo quedan las cáscaras de los mejillones. Saludas a tus padres, al pintor y a la extraña pareja que los acompaña: un anticuario y un galerista de arte. Sara no se despega de ti. Presentas a tu novio y al director. Os preguntan por el estreno. No sabéis muy bien qué decir. Ellos irán mañana. Pides una cerveza y les preguntas por el viaje.

En el coche Sara está sobre tus rodillas. Tu padre es el copiloto. Entre tu madre y tú, el director argentino. Es su última noche en tu casa, por la mañana le dan las llaves de su apartamento nuevo. Te das cuenta de que tus padres no saben nada. Les explicas precipitadamente la situación con miedo de que piensen que ocultas algo por no ser clara. No le dan importancia.

Por la mañana tu padre ha ido a la FIAC temprano, en la puerta de Versalles. El director argentino a firmar el contrato. Vais a comprar croissants. Desayunáis con el director argentino. Dais un paseo en coche por la ciudad. Hay atascos.

Estás muy nerviosa. Dejáis a Sara y a tu madre en Notre Dame. Te preguntas si sabrán llegar al teatro. La función es a las 20.30. Si todo va bien estará Sara y se verá proyectada. También tus padres. Te angustia un poco lo que pensarán de la obra sin texto ni argumento.

El teatro es muy pequeño y el público está muy cerca. Distinguirás las caras perfectamente. Incluso sin esforzarte.

Ya estás maquillada. Has cambiado el nudo del vestido tres veces, a diferentes alturas.  El suelo está frío. Has repetido la coreografía del principio y has mantenido el equilibrio todo el rato.

Es la hora. Apagáis las luces del camerino. Entra el público. Escuchas la risa de Sara. Se ha descubierto proyectada. La música baja. Ves tu señal. Respiras hondo y sales al escenario.

Reparto selectivo

                Hemos quedado en la fuente de Saint-Michel. Vamos a repartir flyers. Estrenamos dentro de dos semanas. Las bambalinas ya están hechas. Llego tarde. El director argentino me llama y me dice que nos vemos directamente en la explanada del Pompidou, hemos quedado a las seis con la actriz revolucionaria.

Estamos sentados en la explanada. Esperando. La actriz revolucionaria llega tarde y con su compañera de piso. Nos cuenta una historia que no entendemos y su amiga se va.

Nos paseamos por la explanada y hacemos reparto selectivo. Primero damos sólo a los que tienen pinta de venir.  Ella se acerca a una clown que está con otra chica. Dicen que vendrán. Nos preguntan si pueden ir en metro. Un tipo iraní que estudia arte en una escuela parisina hace una foto de mi anillo. Me pregunta si lo llevo siempre, si me recuerda a mi país. Le digo que es un regalo. La actriz revolucionaria no lleva anillo. Antes de que nos vayamos ya le ha dado su mail y le ha dicho que el único anillo que ella se pone es iraní. Nos despedimos y nos pregunta si tiene una entrada gratis.

Vamos en dirección al director argentino. Hay tres españoles y les damos flyers. Vemos pasar a un tipo con una americana amarilla. Han cambiado los criterios de selección. Ahora les damos a los guapos. Perseguimos al de la amarillo y a su amigo. Entran en el museo y nosotras detrás. Les cortamos el paso. Nos preguntan de qué va la obra. No sabemos muy bien qué decir. También dicen que vendrán. Si todos dijeran la verdad, llenaríamos el teatro. Nos preguntan qué exposición vamos a ver. Les digo que hemos entrado a buscarles pero no me escuchan. Nos separamos.

Paramos a otro desconocido en la salida. Es diseñador y habla con acento americano. Es francés pero acaba de volver de Nueva York. Dice que las fechas de representación coinciden con la semana de la moda en París pero que intentará escaparse. Nos da su tarjeta. Pregunta quién es Sara. Le digo que es mi hermana. Tendría que haberle dicho que Sara tiene seis años y los ojos verdes más grandes del mundo.

La actriz morena se ha quedado embobada con el chico de quevedos y coleta de información. No se atreve a decirle nada. Salimos del museo. En la puerta me encuentro con una chica de la facultad. Hace teatro. Le doy un flyer. Me pregunta si tengo un papel principal o sólo apariciones. Luego me pide mi móvil para llamar a su madre.

Vuelvo con la actriz morena y el director argentino. Ella le habla del chico de información y dice que se ha enamorado. Dice que tenemos que volver a entrar. Le digo que vaya sola. Ella insiste. Me levanto. Antes de que la chica de pelo corto y aspecto masculino mire nuestros bolsos sé que no se atreverá a decirle nada.

Bambalinas

                Estamos en el andén de Gare du Nord. Esperamos un tren que vaya a Saint Dennis. Vamos al teatro donde estrenamos en un par de semanas.  Barreiros va a fabricar la pantalla y las bambalinas. En el teatro no hay. El tren llega. Antes de subir me preguntan por tercera vez si he cogido el metro. Está en mi bolso. También llevamos carteles para dejarle al tipo del teatro.

                Llegamos con veinte minutos de retraso. Tocamos el timbre y oímos ladrar al perro. El tipo del teatro va detrás y abre la puerta. Nos saluda y le dice al director que las frases que eligió para la publicidad no son demasiado comerciales.

El director argentino firma el contrato detrás de un mostrador. Yo le enseño el escenario a Barreiros. Tomamos medidas que no nos servirán porque no se pueden hacer agujeros en la pared.

El tipo del teatro siempre busca actores para su espectáculo. Le pregunta a Barreiros si está interesado. Rechaza y el tipo insiste, no sé si por cortesía o por desesperación. Luego me pregunta si estoy enfadada. El director argentino le vuelve a explicar que soy así. Es la tercera vez que nos vemos. La primera vez vine a acompañar al director argentino. La segunda vez formó parte de una estrategia para bajar el precio del mínimo de garantía. Yo no tenía que hablar. Sólo ponerme las gafas de sol y mirarle. La presión vendría por parte de la actriz argentina que habla en tango. Es muy alta, muy delgada y da miedo cuando habla. También vino la actriz revolucionaria. Acababa de volver de sus vacaciones españoles. Estaba morena y traía cariocas en el bolso. Estábamos sentados en el ambigú del teatro. Uno de los actores no llevaba camiseta y preparaba café. El tipo le decía al director argentino que le recordaba a él cuando era joven. Como única respuesta, el director argentino asentía aterrorizado. Salimos de allí contentos a pesar de no haber conseguido nada. Teníamos fecha de estreno.

Ahora salimos del mismo teatro. Cruzamos el Sena. Pienso que el tipo no es tan simpático y un poco tacaño.

Hay que construir las bambalinas y Barreiros ya sabe cómo. En el tren, hace una maqueta de las bambalinas con los tickets.