Son los padres

Tres reyes magos siguen una estrella desde Oriente hasta Belén para agasajar a un recién nacido en un portal con oro, incienso y mirra. Un artículo de la revista ‘The Economist’ reconstruye las variantes de la leyenda, que perdió popularidad en la Edad Media. Su nombre viene del griego magoi y, según el evangelio atribuido a Juan Crisóstomo, eran doce, y el incienso, oro y mirra habrían venido directamente del Edén. Los Monty Python eligieron la llegada al portal para el comienzo de su genial y desternillante sátira sobre el cristianismo, ‘La vida de Brian’.

Cuando yo era pequeña, mi madre los llamaba solo magos, para conservar cierta rebeldía, era una provocación para demostrar su republicanismo. El 6 de enero de 1990, mi madre y mi hermano mayor esperaron a que me despertara y se rieron antes de guiarme hasta la habitación de mis padres. Debajo de la cama estaban los regalos escondidos. A finales de los ochenta, los reyes magos llegaron en helicóptero a Zaragoza. Miguel Mena lo recuerda en ‘Micromemoria’, un libro donde recoge recuerdos de su trabajo en la radio: “El acompañante del piloto seré yo, con un micrófono para contarlo todo”. Mi tío Paco, al que le gustaba montar los Playmobiles que mi hermano y yo pedíamos año tras año, nos llevó a ver el aterrizaje. Otro año, cuando volvíamos de ver las carrozas, mi tía Isa estuvo a punto de caer en una alcantarilla abierta: sus caderas hicieron tope. Primero nos asustamos, luego lo convertimos en un chiste. La anécdota pasó a formar parte del léxico familiar y mi tía presume de que se salvó por el culo.

En septiembre de 1990 nació el primero de mis hermanos pequeños y yo pasé al otro lado, el de los que saben. Mi madre y yo nos encargábamos de los regalos, aunque mi padre siempre traía una segunda remesa para todos por si acaso. Tenía que envolverlos y me daba pena saber todo lo que les traerían los reyes a los demás antes de que amaneciera. Mi hermano mayor se encargaba de escribir la carta que dejaban los magos, en la que repasaba los hitos familiares del año entre bromas. Mis hermanos pequeños dejaban agua y cacahuetes pensando en los camellos; luego, cuando ellos ya se habían acostado, dejábamos las tazas con los restos del último café en la bandeja.

Ahora sé que cuando mi madre y mi hermano mayor me descubrieron la verdad en el piso de la calle Bretón, me sentí como el protagonista de la canción de Astrud, ‘Son los padres’. “Sale al salón, y mira a su madre a los ojos, / y ve el árbol y los regalos, y entiende que eso era todo, era todo. / El árbol, los regalos, eso siempre ha sido todo”.

*Bañera publicada el 4 de enero de 2015 en Heraldo domingo.

 

 

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