Trasplante

De la definición que da el Diccionario de la RAE de trasplante (“Trasladar plantas del sitio en que están arraigadas y plantarlas en otro”, en su primera acepción) me gusta que aparezcan las raíces: da una idea de lo complejo que es. La quinta acepción es la que hace referencia a lo médico: “Trasladar un órgano desde un organismo donante a otro receptor, para sustituir en este al que está enfermo o inútil”. Me gusta la redundancia de órgano y organismo. No me gusta que la definición incluya el adjetivo “inútil”, porque un trasplante es precisamente lo contrario: usar órganos útiles para salvar vidas.   España es líder mundial en donaciones de órganos y en trasplantes: en 2013, el 4% de los trasplantes realizados en el mundo se hizo en España. Los datos de 2014 muestran que el número de pacientes trasplantados ha aumentado hasta los 4.360, una cifra récord. Detrás de cada operación hay un acto de una generosidad conmovedora. Aunque hay constancia de injertos de piel desde el siglo VII a. C., los métodos se han ido sofisticando desde el siglo XVIII, cuando John Hunter hizo los primeros trasplantes, gracias a las aportaciones de Pasteur. La escritora francesa Maylis de Kerangal ha escrito una emocionante novela de título definitorio, ‘Reparar a los vivos’ (Anagrama, 2015), sobre este tema: habla de la heroicidad calmada y nada estridente de los donantes y de los profesionales.

Mi tío José Antonio –que enamoró a mi tía la veterinaria mucho antes de hacer volar una cometa en la playa, aunque a ella le gusta contar que fue en ese preciso instante cuando decidió que sería el hombre de su vida– llevaba tres años esperando a que llegara un pulmón para un trasplante. Cuando entras en lista, tu vida cambia: tienes que estar siempre localizable y nunca a más de una hora del hospital. En el caso de mi tío, ese cambio de vida se tradujo en una mudanza. Empezó a preparase para la operación como se preparan los deportistas para las grandes citas: caminaba, hacía pesas, recuperó de un trastero una bicicleta estática, y llevaba continuamente una máquina de oxígeno. Una hepatitis lo tuvo fuera de la lista casi un año. La tregua duró hasta el 7 de enero: volvía a estar en la lista y atado al teléfono y a la ciudad donde le operarían, sin saber hasta cuándo.

El jueves 9 de abril, por la tarde, avisaron a mi tío de que había un posible donante de pulmón y que él era el receptor ideal. Entró en quirófano cerca de las dos de la madrugada. A las siete de la mañana, la operación había acabado. El martes estaba en planta. Con esa rapidez cuesta mucho, como aconsejan los médicos, ser cautos: la alegría gana a la precaución.

*Bañera publicada el domingo 19 de abril de 2015 en Heraldo domingo.

 

 

 

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