Ese podría ser yo

Imagínate que estás en tu casa y que de pronto cae una bomba en el edificio de al lado mientras estás comiendo. Sales de casa con lo puesto, tus tarjetas de crédito y el dinero que tengas en efectivo. Tratas de llegar a Irún. Cuando estás en Francia, a salvo de las bombas, pero durmiendo al raso piensas que a lo mejor tendrías que haber cogido otro abrigo. Eso me respondió mi compañero de trabajo cuando este jueves, después de ver algunas fotos de refugiados en Grecia, le dije que me parecía inhumano. Ninguno de los jefes de Estado de los 28 parece haber hecho ese ejercicio de ponerse en el lugar del otro con los refugiados que llegan de Siria al acordar, el martes de madrugada, que devolverán a Turquía a todos los “migrantes irregulares”, tanto los “económicos” como los refugiados. Los detalles aún están por perfilar, pero han acordado entregar 6.000 millones de euros a Turquía a cambio de que contenga el flujo.

José Ignacio Torreblanca y Adela Cortina firmaban un excelente artículo en El País donde explicaban que el acuerdo “no solo es mezquino en su lógica, sino que ignora los problemas de derechos humanos y libertades en ese país, concede un cheque en blanco al presidente Erdogan para reprimir a la oposición y a los kurdos y no aporta soluciones a la causa final de todo el problema: la guerra de Siria, en la que Turquía tiene un papel crucial”.

La crisis de refugiados exige una respuesta a la altura del problema: “El primer principio de actuación debe ser salvar vidas, el máximo número posible”, escriben Torreblanca y Cortina. Pero es también una oportunidad de reforzar la Unión Europea y los principios sobre los que se fundamenta eso que podríamos llamar europeísmo: la libertad y los derechos humanos, que se plasman en los acuerdos de Schegen. Poner vallas y restringir la libre circulación de personas es lo contrario a la idea de Europa que deberíamos defender.

El escritor Erich Hackl cuenta la historia de la familia Salzmann que fueron refugiados austriacos en Francia antes de la Segunda Guerra Mundial. Natalia Ginzburg vivió el exilio interior en los Abruzos italianos. Jorge Semprún fue un refugiado español en Francia. Detrás de las cifras que se manejan alegremente hay vidas y talento y alegría y posibilidades que Europa debería ayudar a salvar.

Columna publicada el domingo 13 de marzo de 2016 en Heraldo domingo.

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