Mirar la ría

Hace más de diez años pasé un verano con mi familia en Cangas do Morrazo, en las Rías Baixas. Solo faltaba mi hermano mayor, que nos había acompañado una parte del viaje. Creí haber descubierto un paraíso en la tierra. No entendía por qué mi padre se había empeñado todos los años en llevarnos a Arteixo, en A Coruña, con playas de mar abierto y picado, arena llena de bichos saltarines y agua helada (Barrañán, Valcobo, Caión), teniendo esas otras de agua cristalina, arena blanca y temperatura apta para humanos. Se lo reproché y me dijo que cuando era niño se había bañado con delfines en Barrañán. Lo tomamos como una invención, intencionada o no, hasta que un día yo vi unos delfines saltando en esa playa.

Los trabajos de verano y la vida adolescente prolongada me alejaron de las vacaciones de verano hasta hace poco. Quedé fascinada con Burdeos, estuve el cementerio marino de Sète —que hizo famoso Paul Valéry y que Brassens despreciaba como lugar de descanso eterno frente a la playa en “Supplique pour être enterré à la plage de Sète”— y playas llenas de surfistas en los alrededores de Tarnos antes de volver a las Rías Baixas.

En cuanto llegamos fuimos andando hasta una playa que había frente a la lonja. El agua estaba fría y había muchas algas. La arena estaba llena de conchas. Los más atrevidos se mojaron hasta el cuello. Yo no pasé del ombligo. Mi padre se fue a correr con la perra, que había aguantado las 10 horas de viaje estoicamente, y descubrió una playa en forma de concha con arena blanca y agua impecable, dijo. Era una playa familiar a la que cada día acudía prácticamente la misma gente: la mujer que recorría la orilla una y otra vez colgada del teléfono móvil, hablando sin parar; un matrimonio con una hija, ella se tumbaba al sol mientras el padre y la hija jugaban a las palas a la sombra de los pinos o la familia de la colchoneta. Me sentí joven, recurriendo a la paradoja matemática de la nostalgia, de Kundera, que dice que “esta se manifiesta con más fuerza en la primera juventud, cuando el volumen de la vida pasada es todavía insignificante”.

*Columna publicada el domingo 21 de agosto en Heraldo domingo.

 

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