Los domingos voy a comer a casa de mis padres -a mi casa- y me baño en la piscina nada más llegar. Después de comer mi madre me saca a la parada de autobús que me deja en Zaragoza con el tiempo justo de ir a casa, ponerme ropa un poco apañada, maquillarme, coger las llaves del bar y algunos discos y salir de casa en dirección a la calle Alfonso.

            Ser camarero debe de ser horrible, pero a mí me gusta el Bacharach. Sobre todo me gusta que Sergio me cuente historias de su familia, que seguramente escribirá, y otras que ya ha escrito. Me gusta que Enrique sea despistado y torpe. Me gusta que la clientela del domingo sea familiar y que todo el mundo me llame por mi nombre. Me gusta que en mi cabeza suene la canción de Cheers cada vez que me piden una cerveza. Me gusta que mis amigos me traigan pipas y chucherías. Me gusta que venga mi madre y me pida un nestea. Y que mi hermano me pida un gintonic de bombay y la antipodina, uno suave. Me gusta que Barreiros venga a recogerme para que no cierre sola y que luego nos tomemos una cerveza. A veces estoy tan cómoda que se me olvida que estoy trabajando. Supongo que eso está bien.