Padres

            Mi padre es gallego pero lleva más de media vida en Zaragoza. Se fue de su casa a los 18 años sin saber adónde.

            El padre de mi madre nació en una masada en un pueblo de Teruel y tuvo la poliomelitis de pequeño. Era gordo y caminaba con muletas. Le gustaba leer, me enseñó a jugar al guiñote, revisaba la Enciclopedia con mi hermano, iba a comprar jamones y estar con sus nietos le hacía feliz. Murió en enero de 2006.

            El padre de mi padre era muy alto y fuerte, parecía un boxeador. Le faltaban dos dedos en una mano y había ido a trabajar a Suiza cuando mi padre era niño. De pequeña, le preguntaba qué le había pasado en la mano. Siempre me contaba que le habían quitado los dedos mientras dormía. Yo le preguntaba si le había dolido. Murió la semana pasada. Nunca supe qué le pasó en la mano.

            Mi padre es escritor y una amiga dice que también es un intelectual de alto riesgo. El día que murió su padre fue a moderar una mesa redonda después de que se lo dijeran.

            El padre de mi madre empezó a leer, por recomendación de mi hermano, El libro de Rachel de Martin Amis. Nunca lo acabó. Mi hermano decía que no había pasado de la página en la que aparece el primer polvo de la novela. En realidad, estaba envejeciendo.

            El padre de mi padre me decía que me tenía que buscar un novio gallego y me hablaba de los hijos de las vecinas. Hablaba en gallego y siempre empezaba las frases con “te voy a decir una cosa”.

            El padre de mi madre se murió mientras yo estaba en clase: era la última de la asignatura de mi profesor favorito. Cuando se acabó vi que tenía llamadas perdidas de mi madre y me lo imaginé todo. La llamé y me dijo que no hacía falta que fuera a recoger el traje de mi abuelo a su casa. Ya había ido alguien. Pensé en Las galas del difunto y no supe si reír o llorar.

            El padre de mi padre se murió mientras yo trabajaba en el Bacharach. Me llamó mi hermano y me lo dijo. Yo le pregunté si era en serio. No me atreví a llamar a mi padre inmediatamente. No sabía qué decirle. Llamé a mi madre.

            Hablé con mi padre por la noche. Seguía sin saber qué decirle.

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