Churros

            El sábado vino mi amigo el rubio, que vive en Madrid y siempre que viene a Zaragoza se pasa por el Bacharach. Lo que iba a ser una más en la Magnética acabó a las siete de la mañana después de comer unos churros con chocolate. Nos íbamos ya para casa y, a la altura de la plaza Aragón, mi amigo confesó que se comería unos churros al lado de mi casa. Por el camino hablamos de que viene en julio a actuar a Zaragoza con su compañía con Cartas de amor a Stalin –que él llamaba Stalin pero le sugerí que lo llamara Cartas-. Como la churrería que hay frente a mi casa estaba cerrada le llevé a otra que hay una calle más arriba, que abre antes y que se caracteriza por la antipatía de los dueños. Después de sufrir en nuestras propias carnes la humillación de los dueños –nosotros ya sabemos que  somos rubios, le dije a mi amigo- nos sentamos en una mesa con los churros.

            Estábamos esperando en la parada del bus y mi amigo el rubio decidió que si venía un taxi lo cogía. Paré un taxi y nos despedimos. Abrió la puerta del coche y justo antes de subir me pidió que le diera recuerdos a Barreiros. Mientras subía las escaleras pensaba cómo convertiría el posible reproche de Barreiros, si se daba, en mala conciencia en un hábil ejercicio de manipulación que aprendí de mi amiga Lucía. Me llega un mensaje de mi amigo el rubio: por lo visto, en cuanto entró, el taxista le preguntó si ese Barreiros, se llamaba David, porque en ese caso, era su primo.

 

2 comments

  1. Rubio

    Doy fé de ello, por cierto tdavía no hemos comentado aquella anécdota y hemos estado a punto de volver a ser humillados en la churreria, después de la función de cartas superé a tentación de la churreria.
    Un beso rubio!!

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