El frío ya ha llegado a la ciudad. Me he puesto algunos jerséis de invierno, aunque todavía no he sacado los que me protegen del frío polar. Me acuerdo de cuando mi madre y yo hacíamos el cambio de ropa estacional. Sacábamos la ropa de invierno de unas bolsas de plástico transparentes que había en el altillo. A veces nos llevábamos sorpresas: un jersey del que no te acuerdas, pero te gusta mucho, o una camiseta que creías haber perdido. Aunque también había decepciones: cuando descubrías que tu pantalón favorito del invierno pasado era horrible en realidad o te quedaba pequeño. El suelo de la habitación estaba lleno de ropa. Aprovechábamos para tirar la ropa que ya no íbamos a usar. Luego, decidíamos cómo distribuir el espacio del armario. En qué parte iban los pantalones, dónde poníamos los jerséis y cuál era la parte de los vestidos. Cada invierno el orden cambiaba. Como si aún no hubiéramos encontrado el mejor sistema. O a lo mejor era para no aburrirnos y que todo pareciera nuevo.

En mi casa toda la ropa está en el mismo sitio. No hay bolsas de plástico en el altillo del armario. Lo único que hago es poner la ropa de invierno al fondo del armario en verano. Hoy me he puesto el jersey morado que me compré el año pasado. Es de cuello alto. Me he encontrado un pelo rubio muy largo. Era mío. De cuando tenía el pelo largo. No me he sorprendido, ha sido como si no me acordara de que tengo el pelo corto. Luego me he sorprendido de haber tenido el pelo largo en algún momento. Y he pensado que me acostumbro demasiado rápido a los cambios.