30 minutos con un mito

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Jane Birkin se alojaba en el hotel Romareda. La cita era a las 17.15. Íbamos a entrevistarla y yo era la traductora. Antes de salir de casa busqué “borradores” en el diccionario. Estaba segura de que mi padre le pediría, como a todos los entrevistados, que le dijera, mirando a la cámara, qué le sugería la palabra que da título al programa. Comimos juntos, como todos los martes, y en el taxi perfiló la entrevista: le preguntaríamos por el idioma, por su carrera de actriz, por su último disco, por Gainsbourg, por sus padres y le pediríamos que leyera un poema. Tenía muchas más preguntas.

Mientras esperábamos nuestro turno en el hall, les confesé que sabía dónde estaban los baños porque yo había trabajado de payaso en las comuniones que se celebraban en el hotel. Recordé que nos maquillábamos en una de las salas de reuniones y que una vez, incluso, nos dieron una habitación.

Estábamos a punto de conocer al mito. En el ascensor me puse nerviosa. Subimos las cuatro plantas y me dije que tenía que tratarla de usted todo el tiempo. Hacía mucho calor en la habitación y ella estaba en el baño. Acababa de tomarse un té a instancias de su asistente. Junto a la taza, había una agenda y encima unas gafas. Cuando se abrió la puerta del baño yo esperaba encontrarme con las piernas más largas del mundo y los ojos más inquietantes. Apenas iba maquillada. Llevaba unos vaqueros y se movía con elegancia. Se sentó en el sofá naranja y encendieron los focos. Mi padre llevaba impresos poemas de Boris Vian. Mi hermano se había quedado un poco más atrás. Aceptó encantada leer un poema. Dijo que “El umbral de la inmortalidad” de Vian le resultaba demasiado difícil de leer. Estaba sentada a su lado y casi no me lo podía creer. Le pregunté si prefería leer algo de Gainsbourg y me dijo que eligiéramos nosotros. Mi padre se decidió por “La chanson de Prévert”; “la conozco”, bromeó ella. Me senté frente a ella. Estábamos preparados.

Dijo que se sentía muy afortunada por haber vivido un amor puro e impuro con Gainsbourg; que su madre era la curiosidad y su padre, el rigor; habló del talento interpretativo de sus hijas Lou y Charlotte; dijo que ella no era una gran actriz, que ahora le interesaba más la dirección que la interpretación, dijo que cuando cantaba canciones escritas por ella, sentía que se desnudaba y, cuando le preguntamos cómo vivían desde dentro el mito Gainsbourg-Birkin, respondió “très, très bien”. Hablaba despacio y me miraba. Yo asentía y me reía de sus bromas, hechizada por su encanto. Me olvidé del asistente, del promotor del concierto y de la cámara: era como si en esa habitación no hubiera nadie más. Dijo que había heredado el sentido del humor de su padre y que su madre era la mujer más guapa de Inglaterra y que a ella le decían que no se parecía en nada a ella. No sabía cuánto rato llevábamos en esa habitación, pero hubiera seguido hipnotizada por esa mujer dulce, amable, simpática y curiosa. Antes de hacerle la foto, dijo que era la primera vez que hablaba tanto para una televisión española y nos aconsejó que guardáramos la grabación, “si me muero”, bromeó, “seguro que os la piden”.

One comment

  1. Eduardo L.

    ¡Qué grande! Investigar acerca del mito que ya es en vida Jane Birkin y dar con este extracto de entrevista en el blog de Aloma Rodríguez. Increíble, que experiencia tan inolvidable poder compartir un interesante intercambio de ideas con esta bella, bellísima mujer.

    Un saludo Aloma, ¡nos vemos!
    ;-)

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