Piglia, Fijman y el taxi

Habíamos actuado en la Feria del Libro por la mañana. Habían actuado y yo había fracasado estrepitosamente en mi función de técnico de luces, entre otras cosas, porque no veía y el técnico no me prestó su linterna porque estaba comiendo. Me había dicho que le gustaban mucho mis anteojos, se refería a mis gafas de sol, y yo decidí que no me iba a separar de ellas ni del bolso en todo el bolo. Después habíamos comido un sandwich de jamón de york y queso y yo había hecho tiempo recorriendo los stands de la Feria, el pabellón amarillo, parte del verde y el azul. Me dejé el ocre. Esperaba que se hicieran las seis de la tarde para escuchar a Ricardo Piglia, que daba una conferencia sobre “La tradición en la literatura argentina”. Me había comprado Respiración artificial, en la edición de Anagrama, para que me lo firmara y así tener una excusa para acercarme a él y pedirle una entrevista. En cuanto acabara la conferencia tenía que llegar a Arismendi, cerca de Los Incas, para ver Yo soy Fijman en el teatro El Crisol. No sabía cómo haría, podía ir en autobús y luego en metro, metro y taxi o taxi, pero ahora sólo me preocupaba Piglia. En la fila para la conferencia, que se formó casi una hora antes de la apertura de puertas, hice amigos: dos señoras que me preguntaban por España y un hombre, acompañado de una pareja, que me animaba a acercarme a Piglia, él también quería saludarle y regalarle un libro. Me senté en primera fila y tomé notas. Al final me acerqué a él, me firmó el libro con mucho cariño. Lo de la entrevista ya veríamos.

Salí a la calle aturdida, como se sale de los centros comerciales en los que se pierde la noción del tiempo. Era de noche. No sabía qué hora era ni cuanto tiempo tenía para llegar a Crisol. De camino a la plaza de Italia, donde están las entradas de metro y las paradas de autobuses, intentaba decidirme por el medio de transporte y la dirección que iba a seguir. Lo más sencillo, sin lugar a dudas, era el taxi. Pero me daba miedo: había oído historias de timos y estafas, había leído historias de secuestros exprés en los periódicos y había escuchado anécdotas en las que los viajantes se bajaban del taxi a mitad del trayecto por miedo. Le pregunté a un chico que caminaba casi a mi lado y parecía normal. Me dijo que el trayecto me podía costar 30 pesos y me dijo que eran las siete y media.
El primer taxi que vi no me dio confianza, aconsejan no subirse a los taxis en los que no ponga radio taxi y en este no lo ponía; el segundo no paró; en el tercero, por fin, pude subir. Le expliqué dónde iba, aunque no sabía el número. Así que llamó a la centralita para que le dieran las coordenadas. No me podía poner el cinturón. Iba muy atenta, mirando el nombre de las calles por si se desviaba de la ruta para robarme y exigir un rescate por mí. Me preguntó qué hacía en Buenos Aires y le conté. Hablamos de Cuba. Mientras yo le contaba que habíamos estado en Cienfuegos, me di cuenta de que buscaba algo en el bolsillo izquierdo de su pantalón, oía el ruido y no alcanzaba a ver qué hacía. Pensé que me iba a sacar una pistola o una navaja, que me quitaría mi cámara de fotos, pensaba en el ejemplar firmado por Piglia, pensaba que no llevaba mucho dinero encima ni un móvil, recordé el teléfono de mi padre, por si exigía un rescate. Mientras intentaba que no se me notara que pensaba que era un delincuente. Finalmente, encontró lo que buscaba: sacó un paquete de chicles y me ofreció uno. Habíamos llegado y la función aún no había empezado.

2 comments

  1. Irene

    Jajaja, joder, y luego era yo la neuras…

    ¿Respiración artificial? Ese me tocó en el examen de una de Hispanoamericana, no sé en cuál de ellas, la de Mesa.

    Besos.

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