Parejas

Hace una semana, mis padres cumplieron treinta y un años de casados, debe de ser un hito en la historia reciente de los matrimonios. Un amigo argentino me contó que en su clase solo había un niño cuyos padres seguían juntos, y siempre le preguntaban si todo iba bien, si no era demasiado raro vivir con los dos. Dice que ese niño era al que había que prestar más atención por si se traumatizaba. Otra amiga tiene la teoría de que las parejas son estables cuando uno de los dos, o los dos, tiene padres separados. No estoy de acuerdo. A mí me conmueve ver que dos personas que llevan tantos años juntos se siguen queriendo, deseando, besando y abrazando. Me enternece ver cómo le brillan los ojos a las parejas cuando se miran. Y me conmueve todavía más ver matrimonios enamorados después de algo más de cincuenta años de convivencia. Como Félix y Carmen, a los que visité hace una semana en su casa de Las Fuentes. Félix miraba a Carmen como si fuera la primera vez. Me preguntaba retóricamente si no me parecía la más guapa de las hermanas. Luego le dio un beso en la frente y le acarició la mejilla. Como mis abuelos, que se seguían queriendo como dos adolescentes.

Creo que ese tipo de parejas son muy afortunadas y viven mejor: porque las penas con amor son menos penas. Trabajan para mantener la relación y la miman, porque todo se desgasta. Dan sentido a los versos que escriben los poetas sobre el amor, incomprensibles para quien no ha estado enamorado. Vi una serie  en la que las chicas sabían que estaban enamoradas porque de pronto entendían las canciones de amor.

A veces los enamorados tienen algo repelente: no se separan, hacen bromas que solo entienden ellos, se ríen sin que venga a cuento y nunca quieren colgar el teléfono cuando hablan entre ellos, como parodia la cantante francesa Anaïs en “Mon couer, mon amour”, donde dice que odia “a las parejas que le recuerdan que está sola” y que “es bonito, pero insoportable”.

Como Buñuel, no me gusta ver los besos apasionados de los demás, me repelen un poco. Sin embargo, cuando se ve el amor –el amor verdadero del que habla ‘La princesa prometida’– es estupendo: pienso en mis tíos, en Fernando y Cristina, en Rodolfo y Mari, en Yolanda y José Luis, en Antonio y Marina, en mis padres, en Félix y Carmen, en mis abuelos, y pienso que me gustaría seguir enamorada de mi novio a los ochenta años para que otros me miren, se enternezcan, crean en el amor y se den cuenta de que la vida puede ser mucho más fácil de lo que a veces nos empeñamos en creer.

*Columna publicada el domingo 13 de noviembre en ‘Heraldo domingo’ de Heraldo de Aragón.

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