Me acuerdo de Félix Romeo

Me acuerdo de Félix Romeo vestido de negro entrando en mi casa de la calle Bretón. Yo tenía menos de siete años. Mi hermano mayor y yo íbamos disfrazados con unas sábanas. Félix me preguntó si era una princesa y luego me preguntó si me quería casar con él.

Me acuerdo de muchas tardes en la piscina de Garrapinillos, en la casa de mis padres, y de todas las veces que quedaban Félix y mi hermano para ir a las piscinas municipales antes de que mis padres se mudaran a una casa con piscina, y de que siempre me invitaba a ir con ellos y yo casi nunca podía ir porque no estaba depilada, y Félix siempre me decía que él también tenía pelos. Me acuerdo de Félix dentro de la piscina, hablando, preguntando y animando a todos a que nos bañáramos con él, que podía permanecer horas dentro del agua. Intentábamos pasarnos la pelota y pocas veces conseguíamos más de cinco toques seguidos. Y yo le decía a Félix que era un sireno y él respondía que era más bien un tritón.

Me acuerdo de muchas tardes de domingo, cuando yo trabajaba en el bar Bacharach y Félix venía a pasar la tarde y me traía ganchitos y regalices y me contaba que estaba enamorado de una chica, Lina Vila. Y luego me llevaba a casa en taxi, si Barreiros, mi novio, no venía a buscarme. Y más tarde siguió viniendo, ya con Lina Vila, siguió trayendo ganchitos y me pedía que pusiera música francesa o italiana.

Me acuerdo de ir al cine a ver una película para reírnos y que sus carcajadas llenaran la sala.

Me acuerdo de Félix diciendo “quita perro” y “fuera gato” cuando venía a comer a casa de mis padres.

Me acuerdo de Félix dándole consejos culinarios a mi madre, como que el pulpo se podía cocer sin agua.

Me acuerdo de Félix cogiéndome del hombro y llamándome amiguica.

Me acuerdo de cuando le dije que había escrito un libro. Él me dio el título: París tres. Pero tiene que ponerlo con letra, me dijo.

Me acuerdo de Félix diciendo que éramos unos privilegiados por estar vivos.

Me acuerdo de la vehemencia con la que Félix combatía el más mínimo atisbo de resentimiento o de depresión: negaba las conspiraciones y creía en el individuo y en la libertad para todo, para crear, para no hacerlo; y creía que lo que había que hacer para conseguir las cosas era trabajar. Si Félix no me hubiera echado algunas broncas, habría corrido el riesgo de convertirme en alguien peor, y de no disfrutar de las cosas buenas que me pasaban.

Me acuerdo de que Félix me descubrió a Valérie Mréjen; me regaló la entrevista que Bernard Pivot le hizo a Marguerite Duras, y me decía que tenía que incluir en mis novelas sexo y teorías, como Virginie Despentes; y me acuerdo de que, obediente, pedí a un dependiente de una librería de Gijón Fóllame, de Despentes.

Me acuerdo de Félix gritando mi nombre en medio de la calle Príncipe, bajo mi balcón, la noche que llegó a Madrid, con un donut rosa para mí, y uno de chocolate para Barreiros. Riñó a Barreiros por tener la nevera vacía y no haber comprado una tele. Dijo que no iba a volver hasta que nos compráramos una para que él pudiera verla por la noche.

Me acuerdo de Félix, Barreiros y yo trabajando en el comedor de nuestra casa su última mañana: Barreiros estaba programando en el ordenador y respondía a las preguntas curiosas de Félix, yo revisaba una traducción, y Félix buscaba información, leía noticias y nos pedía que le diéramos un tema sobre el que escribir su columna para Letras libres.

Me acuerdo de un viaje en tren que hicimos a Teruel: traté de hacerle fotos. Nunca me dejaba y casi siempre salía con cara de disgusto, como riñéndome por prestarle atención a él y no a los otros.

Me acuerdo de Félix contando el chiste del osito polar, que le había oído a Arguiñano.

Me acuerdo de todas sus recomendaciones musicales: Juana Molina, los italianos Carpacho!, que le recordaban en algo a El niño gusano; Rafael Berrio, que nos tenía fascinados.

Me acuerdo de que comíamos juntos (él, mi padre, mi hermano y yo) al menos una vez por semana antes de que me mudara a Madrid. Y de que él estaba deseando que abrieran las heladerías para invitarnos a un helado.

Me acuerdo de los paseos que dábamos por la ciudad: le acompañábamos a hacer la compra, a una librería, o pedía que lo lleváramos a recorrer la ciudad en coche.

Me acuerdo de mi último viaje a Zaragoza: le mandé un correo diciéndole a qué hora llegaba y que comeríamos en Garrapinillos. No me contestó y cuando salí del tren, me estaba esperando con una bolsa de ganchitos.

Me acuerdo de cómo me animaba a escribir y a acabar la novela de una vez, y cómo espantaba mis miedos de un plumazo: si es mala, ya escribirás otra mejor, me decía.

Me acuerdo del paseo que dimos su última noche y de él diciéndome que aprovechara todas las oportunidades que me ofreciera la vida.

Me acuerdo de Félix Romeo gritando mil vivas en presentaciones, cumpleaños y cenas. Y me acuerdo de él golpeando la mesa de Casa Emilio al ritmo de una canción popular.

Me acuerdo de Félix riendo a carcajadas.

*Texto que apareció en el especial de Letras Libres de noviembre ¡Viva Félix Romeo!

*La foto es de David Barreiros, se la hizo el día del libro de 2008.

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