Los años oscuros de París

Los años oscuros de París

Patrick Modiano (Boulogne-Billancourt, 1945) es uno de los mejores novelistas que ha dado Francia desde finales del siglo XX; es ya el escritor más importante de su generación y su nombre empieza a aparecer en las tradicionales quinielas para el Nobel. Anagrama reúne ahora en un mismo volumen las tres primeras novelas de Modiano, lo que la crítica francesa Carine Duvillé llamó ‘Trilogía de la Ocupación’ y que contiene ‘El lugar de la estrella’ (1968), ‘La ronda nocturna’ (1969) y ‘Los paseos de circunvalación’ (1972). Además de que las tres investigan y tratan de tirar de los enredados hilos para saber qué pasó durante la ocupación nazi de París, las tres están narradas en primera persona (excepto algunas partes de ‘El lugar de la estrella’) y las tres son casi un tratado sobre el traidor, el cobarde.

‘El lugar de la estrella’ mezcla ensoñación y realidad a través de los delirios de su protagonista y narrador: un judío rico al que vemos en Ginebra, en el norte de Francia, en París; colabora con la Gestapo, denuncia el antisemitismo al mismo tiempo que él engrosa las filas de los antisemitas; malvive de la trata de blancas y tiene un apasionado romance con una aristócrata; le da dinero a su padre justo antes de que vuelva a Nueva York. El título original contiene una ambigüedad, ya que se refiere al mismo tiempo a la plaza de l’Étoile que preside el Arco de Triunfo y al lugar en el que los judíos debían llevar la estrella, cosida en un brazalete, que los marcaba como tales. Quizá esa ambigüedad es la que estructura la novela: tenemos la sensación de no saber nunca dónde estamos, ni de qué lado está el protagonista. El cinismo, la culpa y el sentido de supervivencia aparecen ya en la primera novela de Modiano como los grandes temas.

En ‘La ronda nocturna’ el protagonista frecuenta un grupo de mafiosos, ex prostitutas y gánsteres que ocupan mansiones abandonadas, las saquean y venden lo que encuentran, torturan, golpean y asesinan a los miembros de los grupos de la resistencia. Operan al margen de la ley, pero tienen carnés de policía y ningún escrúpulo ni miramiento. El protagonista, y narrador, colabora con ellos, tal vez por miedo, por necesidad, por servilismo, porque no ha hecho nada por evitarlo; por proteger a dos seres monstruosos que le acompañan a lo largo de la novela y que no son del todo reales. Él mismo lo explica: “Vivíamos tiempos excepcionales. Robar y traficar se había convertido en lo más normal. […] Vendíamos todos los objetos de los que nos incautábamos. Curiosa época. Me convirtió en un individuo ‘poco lúcido’. Chivato, saqueador, asesino quizá. Yo no era peor que otro cualquiera. Me dejé llevar por lo que hacían los demás, eso es todo. El mal no me atrae de forma especial”. Acabará siendo un agente doble y deberá elegir, tomar por fin una decisión. Dice: “Por fin me merecería ese calificativo de ‘soplona’ que me encogía el corazón, que me hacía notar un vértigo cada vez que lo oía decir. SOPOLONA. Pese a todo me esforzaba en alargar el plazo explicándoles a mis dos jefes que los miembros de la OCS eran inofensivos. Unos chicos quiméricos. Atiborrados de ideales y nada más. ¿Por qué no dejar que esos simpáticos idiotas siguieran divagando? Padecían una enfermedad: la juventud, de la que se cura uno muy deprisa”.

‘Los paseos de circunvalación’ es quizá la mejor de estas tres novelas: un joven busca a su padre y, para acercarse a él, se mezclará con colaboracionistas que publican nombres y direcciones de judíos en un semanario parisino. Hay orgías, fiestas, ambientes tensos y alcohólicos, un pasado que expurgar y un padre al que recuperar y, tal vez, salvar. “Murraille, Marcheret, Maud Gallas, Sylvaine Quimphe… No es que me haga especial ilusión dar su pedigrí. Tampoco lo hago porque me importe la dimensión novelesca, pues carezco por completo de imaginación. Si me intereso por estos desclasados, estos marginales, es para dar, al pasar por ellos, con la imagen escurridiza de mi padre. No sé casi nada de él. Me lo inventaré.”, dice el narrador, y lo cumple. La novela es también una reflexión sobre la relación entre padre e hijos y el amor incondicional: “A estas penalidades me sometía con la esperanza de establecer algún contacto con usted. Pornógrafo, gigoló, confidente de un alcohólico y de un soplón, ¿hasta dónde iba usted a arrastrarme? ¿Iba a tener que bucear aún más hondo para sacarlo de la cloaca en que estaba?”. Y habla también de cómo reconstruir el pasado: “De lo que fue su vida, sólo tenemos indicaciones muy vagas, contradictorias con frecuencia, dos o tres puntos de referencia. ¿Piezas de convicción? Un sello de correos y una Legión de Honor falsa. Así que nada más nos queda ya la imaginación. Cierro los ojos”.

En estas tres primeras novelas está ya el gran Modiano, el que años después, en 1997, escribirá ‘Dora Bruder’, una de sus mejores novelas junto a ‘Un pedigrí’ (Anagrama, 2007); el Modiano que investiga, busca y reflexiona sobre el pasado, sobre su origen y sobre la culpa; el Modiano que nos hace mejores con la expurgación de los años más oscuros de París.

*Reseña publicada el pasado jueves 23 de febrero en ‘Artes & Letras’ en Heraldo de Aragón.

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