Noche de los enamorados

Hoy, como estos días, tengo sentimientos contradictorios. Por un lado, la tristeza infinita que me persigue desde la mañana del 7 de octubre y, por otro lado, la alegría con la que intento contrarrestrarla, porque como dijo el lunes Luis Alegre en Zaragoza, y en esto Félix estaría de acuerdo, la alegría es nuestra venganza. La aparición de Noche de los enamorados debe ser motivo de alegría y lo es por varias razones: primero porque es una novela maravillosa, potente, breve, intensa, con muchas capas y que contiene la esencia de Félix como escritor: la obsesión, la justicia, los diccionarios, las listas, Zaragoza, el cuidado de las palabras, la investigación policial de los hechos, pero también de las palabras, la propia escritura y la vida, la culpa, o en este caso la ausencia de ella, la defensa de la verdad y, como dijo Daniel Gascón, es una biografía-iceberg de Félix. Segundo, porque nos acerca un poco a él, nos hace que hablemos de él y que lo recordemos, aunque sea doloroso. Tercero, porque la literatura es una fiesta. Cuando Lara López entrevistó a Félix tras la publicación de Amarillo, Félix le dijo que esperaba que la literatura tuviera más que ver con follar que con el fútbol. Y la aparición de un libro era para Félix un motivo que celebrar.

Además, hoy me siento especialmente huérfana de Félix. Si pudiera verme por un agujero o pudiera pedirle consejo sobre qué decir hoy, cómo empezar, me diría que hiciera un chiste, y yo podría decir que Noche de los enamorados es un libro en el que, como en La Venganza de don Mendo, muere hasta el apuntador, en este caso el escritor; y Félix soltaría la primera carcajada que rompería el hielo y arrastraría las demás. Porque a Félix le gustaba reírse y sabía que la risa es un buen cicatrizante.

Félix nos hizo mejores y más felices: nos recomendó libros, nos habló de escritores, de músicos, de películas, de discos, nos llevó a restaurantes nuevos, a bares, nos compró chucherías, discutimos con él y, aunque no tuviera razón, siempre consiguió que pensáramos las cosas desde otro punto de vista, nos hizo sentirnos importantes y demostró que casi todo puede ser tema literario si se hace bien y con honestidad, defendió la libertad, atacó ferozmente el fanatismo religioso, nos contó chistes, se emborrachó, nos llamó para felicitarnos por nuestro cumpleaños y se alegraba con todo lo bueno que nos pasaba. Poco después de su muerte, Ignacio Martínez de Pisón dijo que hacían falta varias vidas para tratar de cubrir el hueco de Félix, y bromeamos con repartirnos sus tareas y lo que hacía por nosotros: uno sería el animador, otro el que cantaría cumpleaños feliz, otro el que daría golpes en la mesa. Yo me pedí su vehemencia. Es verdad que Félix nos hizo mejores, y es verdad que sin él nuestro mundo se ve reducido. Y es verdad que hay que hacer un esfuerzo para que eso no sea así. Ser entre todos Félix.

Jonás Trueba cierra su película Todas las canciones hablan de mí con una frase de Félix Romeo: “Quiero estar aquí y ahora, ni cinco minutos antes ni cinco minutos después”. Una de las cosas que aprendí de Félix es que el estado de ánimo tiene mucho de voluntad, de trabajo y de esfuerzo. Él lo hacía para combatir la melancolía que a veces lo inundaba. Félix Romeo era un auténtico defensor del placer y de la alegría, y para demostrar que no se equivocaba tenemos que besarnos, bailar, cantar, disfrutar de todo, aprovechar las oportunidades que nos brinda la vida, escribir libros, pintar cuadros y hacer películas, canciones y discos y recomendarlas, y, sobre todo, ser todo lo felices que podamos. Ese será nuestro homenaje.

*Texto de la presentación en Madrid de Noche de los enamorados, la novela póstuma de Félix Romeo.

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