“Una forma de vida”, de Amélie Nothomb

Amélie Nothomb (Kobe, Japón, 1967) es belga y vive en París. No tiene ordenador, ni internet, escribe a mano todos los días durante cuatro horas después de beber un litro de té. Ha publicado veinte novelas de las más de setenta que lleva escritas. ‘Una forma de vida’ es la última de ellas y, probablemente, la mejor de todas.

Entre los hábitos de la escritora está responder personalmente a las cartas que recibe de sus lectores, tarea que le ocupa tanto tiempo que en su editorial le han cedido una habitación para que lea y escriba su correspondencia. ‘Una forma de vida’ comienza cuando recibe una carta de Melvin Mapple que viene de Bagdag y se encadena un cruce de cartas entre el soldado americano destinado en Irak y la escritora. Amélie Nothomb habla de sus rutinas, de la correspondencia que mantiene con sus lectores sin pudor ni hipocresía, con una sinceridad casi brutal. Establece una relación rara con su correspondiente en Irak –que como ella tiene extraños hábitos alimentarios-, al que anima sin querer a convertirse en un artista de “bodyart” y hacerse fotos: Mapple ha engordado 130 kilos desde que se alistó.

La relación con Mapple empieza con un escepticismo casi profesional: “Melvin estaba lejos de ser el primero en sentir la necesidad de existir para mí y de creer que conmigo todo era posible. Sin embargo, resultaba raro decirlo tan simple y llanamente.” Nothomb empieza a ansiar las cartas: “Dirigirle algún reproche no me pasaba por la cabeza. Si no tolero que alguien se indigne por mis prolongados silencios, les concedo el mismo derecho a mis conocidos. Por otra parte, ¿debía ocultarle que le había echado de menos?”. Establecen una relación de complicidad y de entendimiento que lleva a Amélie Nothomb a subirse a un avión rumbo a Washington y allí, suspendida en el aire, escoge una vía de escape casi suicida.

La correspondencia con Melvin Mapple es un pretexto para reflexionar sobre la relación de la propia Nothomb con la escritura, con otros escritores; para reflexionar sobre la prensa, que “elige bien las acciones y mal sus temas”; y sobre el derecho al voto: “No me pierdo unas elecciones por nada del mundo. […] antes morir que dejar de cumplir con mi deber electoral”; para contar sus viajes a Bélgica y a Estados Unidos; para hablar de la guerra de Irak y de Obama. Confiesa que empezó a escribir cartas por una imposición familiar a su abuelo materno, “un desconocido residente en Bélgica”; y que “Llevo mucho más tiempo siendo epistológrafa que escritora y probablemente no me habría convertido en escritora –en todo caso, no en esta escritora- si antes no hubiera sido una asidua epistológrafa”.

Nothomb escribe sobre las relaciones personales: “La primera etapa consiste en constatar la existencia del otro: puede ocurrir que se transforme en un momento de asombro. En esta fase somos como Robinson y Viernes en la playa de la isla, nos contemplamos el uno al otro, estupefactos, asombrados de que exista en este universo otro tan distinto y tan cercano al mismo tiempo”. Habla de sus tiránicos correspondientes con una sinceridad implacable: “Tengo un método para enfrentarme al enemigo: empiezo por la selección.” Y más adelante: “Me enloquece leer cartas y escribirlas, sobre todo con determinadas personas. Sólo que a veces conviene que me desintoxique para poder apreciar mejor esta práctica”. No le parece bien la necesidad de algunos de sus correspondientes de no ser tratados como los demás: “Siento el más profundo respeto por los demás. Usted pide un trato de excepción, así que dejo de respetarle y tiro su misiva a la papelera”.

Nothomb ha trazado quizá su mejor novela: los personajes tienen aristas, la mezcla entre realidad y ficción es ejemplar y consigue que tengamos la sensación de que el misterio y la extrañeza impregnan la aparente cotidianeidad. Es una reflexión sobre la obsesión y la escritura, o la escritura obsesiva, sobre por qué escribe y cómo escribe: “Sólo existe una manera de solucionar una dificultad de escritura, y es escribir. La reflexión eficaz y activa sólo interviene en el momento de la redacción”. Con esta novela Nothomb va más allá de la autoficción y se disecciona a sí misma como escritora sin pudor ni autocompasión. Se dice: “Lo sabes: si escribes cada día de tu vida como si estuvieras poseída es porque necesitas una salida de emergencia. Para ti, ser escritora significa buscar desesperadamente la puerta de salida”.

‘Una forma de vida’, Amélie Nothomb, 146 páginas, Anagrama, Panorama de narrativas, Barcelona, 2012, traducción de Sergi Pàmies.

*Crítica publicada el jueves 29 de marzo en ‘Artes & Letras’, de Heraldo de Aragón.

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