Sábado

Hacía mucho que no iba a una piscina pública, y nunca había ido a la piscina en Madrid: me daba pereza. Recordaba las piscinas de Zaragoza: llenas de gente que se tiraba de bomba a solo unos centímetros de mí, era imposible nadar, y siempre tenía la sensación de que me iban a robar. Además, mi novio odiaba ir a la piscina. En parte, porque prefería hacer otras cosas, en parte, porque se las imaginaba masificadas. Pero hacía mucho calor y yo tenía un bañador nuevo. Mi novio me prometió que me llevaría a la piscina si yo le regalaba un bañador como el del chico de ‘Pauline en la playa’.

Habíamos elegido la piscina del Lago, cerca de la Casa de Campo. Habíamos mirado cómo llegar hasta allí en Google Maps. Teníamos que ir en metro hasta Lago. En los foros, decían que es una piscina de gays. Lo único que me importaba es que no hubiera demasiados adolescentes.

Cuando llegamos, la piscina estaba cerrada. En la puerta nos explicaron que estaban haciendo una huelga contra el recorte del personal sanitario en las piscinas municipales. Dos parejas jugaban a las cartas sentadas en sus toallas junto a las taquillas. Una señora que vivía en Alemania durante el invierno me dijo que ya le había sucedido lo mismo la semana anterior.

Mi novio preguntó dónde estaba el lago y yo le seguí. Había familias comiendo en las terrazas de los restaurantes y en las orillas del lago.

-Esto es otro rollo –dijo mi novio mirando a dos parejas con niños sentados en una mesa. Yo llevaba unos meses diciéndole que deberíamos tener hijos. Él creía que era demasiado pronto, decía que quería viajar. Cada vez que nos cruzábamos con una familia, él se fijaba en lo cargado que iba el padre. Yo miraba a los niños y todos me parecían guapos y encantadores.

Nos sentamos a comer nuestros bocadillos al borde del lago. El viento levantaba arena y tierra. El agua estaba sucia y había patos, gansos y barcas. Había también algunas ocas. Ninguno de los dos teníamos clara la diferencia entre pato y ganso. Las barcas se acercaban al chorro de agua que salía del géiser, en medio del lago. Apareció una camada de patitos, en fila, siguiendo a mamá pato, como en la canción infantil. Les tiramos pan y la madre lo cogió para dárselo a los patitos. Luego se alejaron en fila, dejando un rastro en el agua. Estábamos sentados mirando al frente. Los vimos irse sin decirnos nada.

*Cuento de verano publicado en Heraldo de Aragón el viernes 24 de agosto.

*La imagen está tomada de aquí.

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