Burdeos

Pasé un día en Burdeos. Llegamos por la mañana, pero para cuando conseguimos dejar el coche de alquiler en un aparcamiento ya era mediodía. Estaba mareada, como en un anticipo del síndrome Stendhal que iba a sufrir al descubrir la ciudad. Paseamos por calles llenas de gente en bicicleta, todas acababan en plazas bonitas, con terrazas coquetas y bares con camareros simpáticos, y yo pensaba en Goya.

Quería visitar una de las librerías de Burdeos, la librería Mollat, de la que me habló Félix Romeo –esta semana se ha inaugurado en Lechago una biblioteca con su nombre–, que había estado en Burdeos varias veces con Lina Vila. La librería Mollat está en el centro de la ciudad, muy cerca de l’Hôtel de Ville y de la catedral de Saint-André. Está en la calle Vital-Carles y no exagero si digo que ocupa prácticamente una manzana entera. Llega casi hasta el parque Gambetta, donde empieza, o termina, el tours de l’Intendance, la calle comercial que recorre el tranvía.

Al entrar en Mollat, parece una librería normal: las mesas están llenas de las novedades literarias del momento divididas por lenguas. Estaban ahí los libros de Valérie Mréjen, Dominique A, Daniel Pennac, los libros de Virginie Despentes, el premio Goncourt a la primera novela y muchos otros. Frédéric Beigdeber reposaba en una estantería, muy cerca de Simone de Beauvoir. Sobre muchos de los libros había tarjetas escritas por los dependientes reseñándolos.

Al fondo está la sección de poesía y después la de lingüística y filosofía. Creía que la librería se acababa ahí. Eso solo es el comienzo. Después se abren metros y metros de estanterías de tres metros llenas de libros: técnicos, médicos –contamos hasta trece-, de cine, de arte, de música… Mi mareo seguía, pero ya era de felicidad. Pasé mucho rato en esa librería recorriendo los estantes de los libros de bolsillo, eligiendo, mirando y leyendo contraportadas.

En la librería Mollat compré L’alcool et la nostalgie, de Mathias Énard; Sept garçons, de Anne Wiazemsky; Cérémonie, de Bertrand Schefer; Le rouge du tarbouche, de Abdella Taïa y Carrare, de Célia Houdart, premio Françoise Sagan. Encontré, en una librería especializada en libros sobre erotismo, L’école des filles ou la philophie des dammes, editado por Allia. A esa lista hay que añadir más libros: Mémoires d’une jeune fille rangée, de Simone de Beauvoir; Eux sur la photo, de Hélène Gestern, y algún otro que me olvido. También compré el monográfico de Le Monde sobre Marguerite Duras, y Les Inrockuptibles, la revista que me aconsejó comprar cada semana Félix Romeo cuando me fui a vivir a París, algo que no he dejado de hacer cuando voy a Francia.

*Columna publicada el domingo 27 de agosto en Heraldo Domingo.

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