Catorce años

Hace quince años que cumplí catorce: fue el año en que me mudé a Zaragoza y mi padre, mi hermano mayor y yo nos instalamos en un piso de la calle Bretón, mientras mi madre se quedaba con mis hermanos pequeños en La Iglesuela del Cid, el pueblo en el que trabajaba. Empecé a ir al instituto Miguel Catalán y, algunos días, mi hermano y yo íbamos a comer a casa de mis abuelos, en la avenida de Goya. Mirábamos por las ventanas y casi podíamos ver qué había para comer. Entonces, mi abuelo había sufrido algunos achaques, pero aún estaba lúcido, leía y estaba enterado de lo que pasaba en el mundo, aunque apenas saliera a la calle.

En mi clase había algunos repetidores y teníamos una profesora a la que un alumno hacía sufrir mucho. Me acuerdo de la profesora de lengua, que era estupenda y tenía mucho sentido del humor, y de la de matemáticas: llevaba lentillas de colores, se teñía de rubio y tenía la voz ronca, vestía con estampados y superponía capas. Estuvo a punto de suspenderme porque me pilló dejándome copiar por otra alumna, una repetidora que se convirtió en mi amiga y a la que yo tenía miedo. Entonces, yo era cierre del equipo femenino de futbito del instituto. Nos inscribimos demasiado tarde y nos tocó una liga muy por encima de nuestras capacidades: todos los partidos perdíamos por once a cero. No sé qué ha sido de la chica con la que me sentaba en clase, a la que llamaba La Sueca porque era rubia y alta, quería estudiar arquitectura y escribíamos canciones paródicas en clase de francés. Jugaba de ala en el equipo.

Esa primavera, no recuerdo la fecha, ni del tiempo, pero sí de que me había peleado con mi hermano, mi madre nos dijo que tenía que contarnos algo. Yo adiviné: estás embarazada. Ella se echó a reír. No sé lo que pensé, ni cómo reaccionaron mis hermanos pequeños: Diego tenía casi ocho años y Jorge, casi seis.

Hubo grandes peleas por el nombre: yo quería que se llamara Lucía y mi hermano Jorge optaba por Sara. Yo argumentaba la canción de Serrat y Jorge esgrimía la de Bob Dylan y la de El último de la fila. Ganó Jorge. Y ahora me alegro de haber perdido: Sara me parece un nombre mucho más bonito que Lucía.

La tarde en que nació yo estaba sola en casa, esperando que llamaran para decir que había nacido y que todo había ido bien. Nació en el hospital de Alcañiz, donde había nacido Jorge y donde, unos años antes, me habían operado de una rotura hepática y me habían salvado la vida. Sara era un bebé rubio de ojos verdes y grandes. Casi dos años después, mi madre pudo cambiar de destino y nos mudamos a Garrapinillos.

Sara nació el 3 de diciembre de 1998 y mañana cumple catorce años.

*Bañera publicada el domingo 2 de diciembre de 2012 en Heraldo domingo.

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