El Goya de Nayim

El pasado domingo se entregaron los Goya y, como casi siempre me sucede, solo dos de los premios consiguieron alegrarme y hacerme un poco más feliz: el Goya al mejor actor a José Sacristán, por ‘El muerto y ser feliz’, de Javier Rebollo, y el Goya al mejor corto para ‘A Story for the Modlins’, de Sergio Oksman.

‘A Story for the Modlins’ cuenta una historia de ficción, con algunos elementos reales, a partir de fotos y otros materiales encontrados en un contenedor de la calle Pez que pertenecían a un matrimonio americano, los Modlin: él había sido actor secundario (aparece en el plano final de ‘La semilla del diablo’, de Roman Polanski) y ella era pintora.

La gala había sido calentada por los medios, un comunicado de la Unión de Actores, los protocolos de la Academia, la prensa, algunos políticos, algunos actores y gente en general nostálgica de la gala de hace algunos años que se recuerda como la gala del no a la guerra, un poco a la manera de las ruedas de prensa previas a los partidos de fútbol. Al final, las expectativas y los temores quedaron en agua de borrajas.

El discurso del presidente de la Academia, Enrique González Macho, me gustó: me pareció correcto y anunciaba la reunión con tres ministerios para tratar de elaborar, por fin, una ley del cine. Entre reivindicaciones y denuncias más o menos personales y algunas muestras de solidaridad, brilló el discurso de Sacristán: fue el único que se acordó del cine joven, arriesgado y diferente, ese cine, dijo, “amenazado y amenazante”. Puede que no sea muy objetiva porque, como los hinchas que creen que el mejor gol siempre es el que ha marcado su equipo, esa noche yo iba con José Sacristán.

Veo las galas de los Goya por la misma razón que veo el fútbol: para acordarme de cuando los veía en mi casa con mis padres y mis hermanos. Para recordar la inmensa tristeza que nos unió cuando Djukic falló el penalti que le habría dado la liga al Depor, la tristeza de que ‘El artista y la modelo’ se fuera de vacío. Ni siquiera se llevó el Goya al mejor guión original, que fue para ‘Blancanieves’, la película muda que es una adaptación de un cuento de los hermanos Grimm, como casi todo esa noche. La misma tristeza de años anteriores cuando veía como no ganaban Ignacio Martínez de Pisón, Jonás Trueba o mis actores favoritos de ese año. Por eso, como asumo que los partidos de fútbol duran 90 minutos más el descanso y el descuento, asumo que la gala de los Goya es larga por definición y no me molesta. Siempre hay algún buen momento, algún buen chiste, como cuando Carlos Areces propuso crear tres nuevas categorías, mi favorita, la de “mejor comedia no pretendida”. El año que viene volveré a ver los Goya, esperando que sea el año del gol de Nayim en la gala.

*Columna publicada el domingo 24 de febrero en Heraldo domingo.

*La imagen es de Dani Sanchís, autor del maravilloso cartel de El muerto y ser feliz.

*La idea original de esta bañera es de Daniel Gascón.

 

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