Amsterdam

                Hemos salido a las doce. Llevamos comida en el maletero y dos colchones en lugar de asientos. Barreiros ha conseguido convertir el coche en una casa. Deberíamos haber hecho ya cincuenta kilómetros y llevamos cien. Paramos a comer. Hay una señora sentada con una bici al lado. Está esperando. Preparamos la comida. Aparece una furgoneta blanca. LA señora se levanta. El conductor mete la bici en la parte de atrás y ella sube al coche. Él le pide disculpas por el retraso y se alejan.

                Hay quinientos kilómetros hasta Ámsterdam. Faltan ciento ochenta para la autovía. En un parking belga, Barreiros me da una clase práctica de conducción y decide que mejor conduce él. No he recuperado mi carné.

                Llegamos a Ámsterdam de noche. Los dos pensábamos que no podríamos entrar en coche en la ciudad de las bicis. Después de dar unas cuantas vueltas, Barreiros decide aparcar. No quiere atropellar a ningún ciclista.

                No tenemos un plano de la ciudad y no sabemos dónde estamos. Apunto el nombre interminable de la calle donde está el coche. Damos un paseo y entramos en un bar. Pido dos pintas.  Barreiros no habla inglés y dice que quiere aprender. Cuando salimos llueve a mares. Tampoco tenemos paraguas. Llegamos al coche empapados. Colgamos toallas de las ventanillas para resguardar nuestra intimidad.

                Caminamos sin saber muy bien hacia dónde. Estamos andando en círculos y siempre volvemos al coche. Conseguimos llegar al centro de la ciudad y compramos un mapa y un paraguas. Nuestro coche está al sur.

                Vemos coffee-shops y artistas callejeros. Un teatro, el tranvía y calles estrechas atravesadas por canales. En una plaza hay un malabarista. Elige a Barreiros como ayudante.

                Hay bicis por todas partes. Los ciclistas hablan por el móvil mientras pedalean, comparten bicis y uno lleva dos bicis a la vez. Paseamos y perdemos la noción del tiempo. Es una ciudad bonita, llena de turistas y algo caótica.

                Compramos marihuana, dos gramos. Nos fumamos un porro y Barreiros se marea. Yo tengo ataques de risa. Seguimos paseando bajo la lluvia. Llegamos a un cruce de calles. Hay un escenario con un grupo tocando salsa en holandés. Al final de otra calle, una concentración de travestís haciendo un concurso de playbacks.  Hay muchísima gente, de todas las edades, no podemos pasar. La marabunta nos ha llevado al Barrio Rojo. Barreiros lleva la cámara en la mano. A través del cristal, una prostituta le chilla que está prohibido grabar. Guarda la cámara. No pensaba grabar.

                Se está haciendo de noche. Al día siguiente volvemos a París. Pienso que no nos ha dado tiempo de ir al museo Van Gogh, ni al Rembrandt ni de visitar la casa de Ana Frank., pero que he tirado muchas fotos.

                Todavía tenemos marihuana. Fumamos un porro y volvemos al coche.

                Damos un último paseo por la ciudad, en coche. Intentamos llegar al puerto. Barreiros dice que tenemos que volver  y aprovechar más la visita. Estoy de acuerdo. Hacemos fotos a un molino antes de salir de la ciudad.

                En el coche le recuerdo a Barreiros que tenemos dos gramos de marihuana en mi bolso y que habrá ue meterlos en algún sitio. Asiente.

                Estamos en casa. No ha habido controles policiales. Voy al baño y la marihuana está  apunto de caerse por el váter.

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