Trilogía del amor

Jesse y Céline se conocen en un tren que recorre Europa en 1993. Él ya se ha fijado en ella, que lee frente a él. Lo que da pie a iniciar el acercamiento es una pelea de otra pareja en el mismo vagón. Un rato después, Jesse invita a Céline a bajarse con él del tren en Viena y pasar la noche juntos, paseando y recorriendo la ciudad: se separarán cuando salga el sol. La película es ‘Antes del amanecer’, de Richard Linklater y ellos, Ethan Hawke, en el papel de texano joven y ligón, y Julie Delpy, como la parisina cliché.  Jesse y Céline se enamoran y se despiden con la promesa de encontrarse seis meses después en el mismo andén y ahí se acaba la película. Diez años después, Jesse es escritor y presenta su novela en la librería Shakespeare and company, en París. Entre el público está Céline. Tienen hasta el atardecer, cuando sale el avión que tiene que tomar Jesse para volver a su casa, con su mujer y su hijo. Linklater los sigue casi a tiempo real: suben a un bateau-mouche que navega por el Sena y hablan mientras pasean. Céline le canta una canción que compuso para Jesse, “A waltz for a night”, y sabemos que Jesse va a perder ese avión, lo sabemos incluso antes de que Céline imite a Nina Simone.

Ahora, otros diez años después, Linklater, Delpy y Hawke nos ofrecen otro episodio de esta serie sobre las edades del amor y de unos personajes que son imperfectos, que a veces caen bien y otras producen vergüenza ajena, unos personajes con los que es fácil identificarse en los defectos. La pareja está en Grecia, pasando unas vacaciones: no se han separado desde que se reencontraron en París, como dejaba ver el final de ‘Antes del atardecer’.

Las películas de Linklater son algo insólito por la dilatación en el tiempo, la implicación de los actores, que participan en los guiones y que se reúnen cada tanto para retomar unos personajes que forman parte del imaginario común. Y satisfacen la curiosidad de ver qué ha pasado con ellos sin decepcionar. Las tres películas tienen algo fascinante y que atrapa: juegan con las elipsis y las miradas, no hay sexo explícito y sin embargo notamos la pulsión del deseo. Y queremos que esos personajes tan volubles y humanos en su imperfección sean felices.

Los personajes de ficción a veces son tan importantes como los de la realidad: qué habrá sido de Pauline, la protagonista de la película de Rohmer, o de la princesa Buttercup, de ‘La princesa prometida’. Cuando era pequeña continuaba las vidas de los personajes en mi imaginación. Espero que dentro de otros diez años, o quizá veinte, Jesse y Céline vuelvan a las pantallas a pasear y charlar por otra ciudad europea, a reflejar nuestros defectos y a invitarnos al amor.

*Bañera publicada el domingo 14 de julio de 2013 en Heraldo domingo.

Un regalo:

 

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