Cumpleaños

El 25 de agosto en una de mis fechas favoritas del año: es el cumpleaños de mi padre. Puede que por contaminación con el de mi madre, que es el 31 de diciembre, y porque en mi casa somos muy igualitarios, le demos a ese día de finales de agosto la importancia de un final de año. Pero es una fecha importante que marca el paso de mi vida más que los novios (prácticamente, solo he tenido uno), los cursos académicos (se mezclan en mi cabeza) o los grupos que me gustaban (casi siempre me avergüenzo de la adolescente que fui).

Por ejemplo: sé que el 25 de agosto de 2003 mis padres vinieron a Teruel y comimos una paella bastante mala en un restaurante en el Óvalo. Luego me dejaron en la puerta de Dinópolis, donde trabajaba ese verano. Dos años después, el 25 de agosto estaba en París, alargando mi Erasmus, y compré naranjas para celebrarlo: la fruta favorita de mi padre y un guiño a una canción de verano y de orquesta de pueblo. El 25 de agosto de 2009 mi padre cumplía 50 años. Intentamos organizarle una fiesta sorpresa a mi padre y estuvimos a punto de conseguirlo. Aunque lo sabía, disimuló y se fue al cine con mi hermana pequeña a ver ‘Up’. Luego la casa se llenó de amigos, comida y regalos. La fiesta acabó de madrugada, al borde de la piscina. Aunque solo se bañó mi hermano pequeño.

Mi madre se toma muy en serio el regalo de mi padre, lo piensa, medita y consulta durante semanas. Los objetos especiales han sido regalos de cumpleaños: una mesa de ping-pong, el mono de ciclista, una bicicleta, unos guantes de boxeo, un mural de una sirena que pintó Lina Vila, otro mono de ciclista, más profesional, un tocadiscos, el single de “O tren”, de Andrés do Barro, una de sus canciones favoritas, o al menos la que más veces le he visto cantar, después de las versiones de poemas de Rosalía de Castro de Amancio Prada.

Durante años mi padre contó que había nacido en el pesebre porque el parto le sorprendió a su madre allí. Desde que mi abuela gallega, su madre, pasa largas temporadas en Zaragoza, sabemos que no es del todo así. Según ella, acababa de limpiar toda la casa y no quería que se ensuciara, así que cuando notó los primeros dolores, decidió ir al corral. Sigo prefiriendo la versión de mi padre.

Mi padre cuenta que de pequeño se bañaba con delfines en la playa de Barrañán. Por supuesto no le creíamos. Pero una tarde, en las últimas vacaciones que pasamos juntos, mientras todos dormitaban en la arena, vi a lo lejos algo que se movía en el mar: eran delfines. Desperté a mi padre. Mi padre abrió los ojos y dijo: esta es la hora que más les gusta. Nadie más los vio.

*Bañera publicada el domingo 25 de agosto, cumpleaños de mi padre, en Heraldo domingo.

**La foto probablemente la hizo mi madre. Somos mi padre y yo, imagino que en el año 89 y, seguramente, estamos en un pueblo de Teruel.

 

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