Cine Doré

El cine Doré, en la calle Santa Isabel, es uno de los edificios modernistas de Madrid, que se inauguró en 1912, aunque el edificio que me gusta es de 1923, obra de Críspulo Moro Cabeza, reformado en 1925 por Manuel López-Mora Villegas. Fue cine de reestreno con dos sesiones diarias desde la década de los treinta hasta su cierre en 1963. Desde 1989 es la sala de proyección y exhibición de la Filmoteca. En la sala 1, la grande, con los techos azules, he visto películas maravillosas, algunas por primera vez, otras como el que vuelve a comer de su plato favorito. ‘Tulpan’, de Sergey Dvortsevoy; ‘La princesa prometida’, de Rob Reiner; ‘Ariane’, de Billy Wilder, ‘Mientras el cuerpo aguante’, de Fernando Trueba; ‘Así es la vida’, de Blake Edwards; ‘El niño de la bicicleta’, de los Dardenne; o ‘Los Goonies’, de Richard Donner. Vi en la sala de verano ‘Le père de mes enfants’, de Mia Hansen Løve, con mi madre y mi hermana, que la veían por primera vez y quedaron fascinadas.

Ahora tengo la sensación de que conozco mejor ese cine y ese edificio imponente: he trabajado dos meses y medio en la librería que hay en la entrada. Es como si me hubieran dejado entrar en un club secreto. He visto el edificio vacío, he estado en las taquillas, que tienen una ventana que da al Pasaje Doré, aunque para mí es el Pasaje Rebollo desde la escena en la que el director Javier Rebollo huye de un actor en paro en ‘Los ilusos’, de Jonás Trueba.

Vi cómo la librería iba llenando sus estanterías, como cada vez se parecía menos a un supermercado soviético y más a una librería. Vi la alegría de los asiduos a la Filmoteca, felices de que se reabriera la librería. También, es cierto, vi a despistados que no sabían muy bien lo que es una librería. Vendí varias veces ‘Léxico familiar’, de Natalia Ginzburg, uno de mis libros favoritos, y ‘Elogio de la imperfección’, las memorias de Rita Levi-Montalcini. Recomendé ‘Auto de fe’, de George Tabori, ‘La princesa prometida’, de William Goldman, y las novelas de Valérie Mréjen. Respondí a las preguntas de examen de los clientes (¿de quién era marido Ted Hughes?) que, a continuación, me pedían un descuento. Le descubrí a una adolescente a la poeta Alejandra Pizarnik: se llevó la poesía completa editada por Lumen y me pregunté si le estaría metiendo el veneno de los libros. Recomendé ‘La hipótesis del cine’, de Alain Bergala, y los libros de Truffaut.

Ha sido un verano de cine y libros y aire acondicionado y visitas de amigos y entusiastas de los libros. Me da pena dejar de ser la librera de la Filmoteca, dejar de tener el poder de recomendar libros y descubrir escritores a lectores. Me da pena no saber si a la señora de pelo blanco y ojos pequeños y azules le habrá gustado mi última recomendación.

*Bañera publicada el domingo 8 de septiembre 2013 en Heraldo domingo.

**Ilustración de Tito Lucaveche, tomada de aquí.

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