El dumbo

Ya es otoño, una estación que no tiene demasiados adeptos, pero que a mí me gusta, y no solo porque sea el tiempo de la melancolía. Me gusta porque es la vuelta a la rutina, a la cartelera no veraniega, a las presentaciones de libros y a las citas con amigos. También, porque mi cumpleaños es en octubre. Y el otoño marca el comienzo del año casi más que el 1 de enero.

Cuando vivía en Zaragoza, una de las cosas que esperaba era la llegada de septiembre: cuando el Dumbo volvía de las vacaciones. En ese bar se ha desarrollado gran parte de mi vida desde que empecé la Universidad. Recuerdo que mi hermano y yo fuimos con compañeros de la facultad, pero no me acuerdo del falafel ni del hummus de aquel día. Estoy casi segura de que comimos bocadillo o hamburguesa. Trato de acordarme de quién me recomendó pedir comida árabe allí por primera vez, pero no lo consigo: como si el Dumbo, el arayes, las hojas de parra y todo lo demás siempre hubieran estado en mi vida. Y la verdad es que casi: Mr. Dumbo se inauguró en octubre de 1985. Es de una zaragozana, Nines, y un sirio, Abdul, que llegó a España como jugador de fútbol. Casi siempre les acompaña tras la barra su hijo Alberto. La comida árabe no entró hasta 1998. En secreto, me confesaron que tienen una especie de competición entre ellos con la comida.

Allí he ido después de presentaciones de libros con amigos, era el bar al que quería ir mi amiga Almudena cuando volvía a Zaragoza, quedábamos a comer con mi madre un día a la semana y ahora se ha convertido en el bar favorito de mis hermanos pequeños. Me gusta compartir el entusiasmo por el Dumbo con todos mis amigos, como hago con mi familia y con mi novio. Cuando alguien va a pasar por Zaragoza, siempre le recomiendo el Dumbo. Cualquier plato de  la carta podría ser mi plato favorito: berenjenas, arroz, pepino, queso y olivas negras, arayes, ugarit, hojas de parra y las hamburguesas… Me fascinan los nombres que les ponen: de ciudades y de personajes. El Dumbo es una fiesta.

Desde que vivimos en Madrid hemos buscado un bar como el Dumbo sin encontrarlo. Siempre volvemos frustrados y hacemos el mismo comentario: “No está mal, pero no es el Dumbo”. Por eso, cuando venimos a pasar unos días a Zaragoza, una de las visitas obligadas es ir a comer allí. Nos reciben como se recibe a un pariente: se alegran de vernos, nos preguntan cómo va todo en Madrid y ya saben que quiero baba ganouch. Hablamos de Siria, de las oposiciones que está preparando Alberto, de cómo se fríe el falafel o de dónde traen los pastelitos árabes. Volver al Dumbo es como volver a casa. Y es una de mis tradiciones zaragozanas favoritas.

*Columna publicada el domingo 6 de octubre de 2013 en Heraldo domingo.

**La foto es de Vicente Almazán.

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