Livres

Siempre que voy a Francia vuelvo cargada de libros, lo primero que hago casi nada más llegar a la ciudad es buscar las librerías. En este viaje a una pequeña ciudad pesquera, nos paramos, de camino a la playa, en una librería de segunda mano. Era caótica, apenas se podía entrar y recorrer sus estrechos pasillos delimitados por estanterías de madera de doble fondo era un deporte de riesgo. El dueño fumaba entre pilas de libros por ordenar mientras indicaba dónde encontrar lo que buscábamos. De allí me llevé ‘Le grand Meaulnes’, de Alain Fournier. Dice la contraportada: “Leer ‘El gran Meaulnes’ es ir al descubrimiento de aventuras que exigen incesantes vueltas atrás, como si el aguijón de la felicidad tuviera que reflejarse siempre en el espejo tembloroso y problemático de la infancia escrutada por la mirada febril de la adolescencia.” También escogí ‘Marimé’, de Anne Wiazemsky, y ‘La fille de son père’, de Anne Berest (1979), la sinopsis me hizo pensar en Cristina Grande. El librero me dijo que había elegido bien. Luego contó que su familia procedía del Valle de Arán, que habían emigrado de Francia a España (mi acompañante entendió en el 1600 y yo en el 1800) y que habían vuelto a principios del siglo XX. Dijo que esos españoles de la primera migración miraban con malos ojos a los exiliados de la guerra: eran más cultivados y tenían mejores trabajos.

Estuve en otra librería que tenía un portal altísimo. Mientras recorría las mesas de novedades, la librera me señaló el libro de Jaume Cabré y el de Javier Cercas y me dijo en un impecable español que se habían vendido muy bien ese verano. Pregunté por ‘Une éducation catholique’, de Catherine Cusset (1963) que veía cada mañana en el escaparate de otra librería de la ciudad, cuando iba al mercado a por el pan: se acababan de llevar el último, me dijo el librero. Compré solo libros de Marguerite Duras y de Annie Ernaux (1940), que estudió en Ruán, uno de los lugares que aparecen ‘Madame Bovary’. De Ernaux elegí ‘L’écriture comme un couteau’, ‘Regarde les lumières mon amour’ (un diario de sus visitas al supermercado) y ‘Unne femme’. Cuando iba a pagar, el librero me recomendó que añadiera ‘La place’, por la que obtuvo el Premio Renaudot en 1984. De Duras me llevé ‘Les yeux bleus cheveux noirs’, el libro que le dedica a Yann Andréa, que murió en julio, unos meses después de que se cumpliera el centenario del nacimiento de Duras. También ‘La maladie de la mort’ y ‘La douleur’, el diario que escribió y que luego olvidó haber escrito mientras esperaba noticias de su marido, que había sido internado en un campo de concentración.

Antes de devolver las llaves de la casa en la que nos habíamos alojado, mientras cargábamos las maletas en el coche, le pedí a mi novio que se acercara a la librería a por el libro de Cusset: no me podía ir sin él.

*Bañera publicada el domingo 7 de agosto en Heraldo domingo.

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