Category: Nada es ficción

Bigfoot

Viene un tipo a hacernos fotos. Llega tarde, al final del ensayo. Saca una cámara digital y empieza a disparar. Seleccionará las fotos con el director para rehacerlas en estudio.

Estamos cuatro. Hacemos una escena y luego posamos. Tenemos que estar quietas y formales. El tipo pasea por la sala con unos zapatos que hacen mucho ruido. Es bajito. Le miro los pies, son extrañamente grandes. Cada vez que da un paso el ruido me recuerda el tamaño de sus pies.

Nos pide que vayamos junto a la ventana y estiremos el cuello. Quiere poses forzadas con cuerpos desencajados. También le interesan los pies y las manos. Miro mis pies, siempre ensayamos descalzas, llevo las uñas pintadas de blanco desde hace tres semanas. No tengo quitaesmalte y ya sólo queda pintura en media uña. Me hace una foto del pie y le digo que parece típex. Se ríe. A lo mejor se ha dado cuenta de que no he dejado de mirarle los pies y se ha vengado.

Cojo una copa de champán con el pie y me tira una foto. Hemos acabado.

Un brindis

Suena mi teléfono nuevo. Todavía no me he acostumbrado al sonido ni al tamaño. Contesto. Es el director argentino. Me llama para recordarme que el ensayo es a las seis en la casa de Argentina. Como es amable y educado, antes me pregunta por mis minivacciones en España. Le digo bien y me pregunta si me ha despertado. Le respondo no y le aclaro: soy así.

Me dice que está enfadado porque la gente se va de vacaciones y le rompen los esquemas de ensayos. Le digo que es culpa suya y él dice que creía que trabajaba con gente más responsable.

Me pregunta si me gusta el champán. Le digo sí y quiero saber porqué. Me cuenta que una de las escenas de la obra va a consistir en que otra y yo nos bebamos una botella de champán. Le digo que me parece bien, pero que espero que sea la escena final. Él me dice ya veremos y se despide.

Cuelgo. Pienso que, al fin y al cabo, ser actor tampoco es tan duro.

Terminal

El autobús llega a las dos de la mañana a Barcelona y el avión sale a las seis. Comparto taxi con dos señores, presumiblemente, padre e hijo, que van a Rusia de vacaciones. El taxista dice que la estación es peligrosa de noche porque hay muchos carteristas. Por la ventanilla veo la ciudad y me acuerdo de que a mi padre le robaron el portátil en la estación, de día. El taxi para en la terminal A, el padre y el hijo salen del taxi y pagan la mitad de la carrera.

Llegamos a la terminal B, unos cincuenta metros de trayecto. El taxista baja mi maleta y me dice que el mínimo entre una terminal y otra son doce euros. No me lo creo, peor me da igual. Le pago y hablamos un rato. Me dice que Barcelona es una ciudad muy ”cosmopólitan” pero que él envidia la calidad de vida de Zaragoza. Le deseo buena noche y él, buen viaje.

En la cafetería del aeropuerto no hay café porque están limpiando la máquina. En una mesa dos tipos van por la cuarta botella de vino. Tomo un batido de chocolate y me arrepiento de haberme dejado timar por el taxista. En la mesa de enfrente un chico que parece un Kent articulado me mira absorber el batido. Vuelvo a pensar en el taxista para vencer el sueño. Me doy cuenta de que el tipo sólo me ha cobrado seis euros de más, en lugar de doce. No sé si me ha intentado timar y se ha arrepentido o no sabía sumar o es el timador timado. Pienso que me da igual y empiezo a leer El sembrador de prodigios.

Ojos verdes

Sara tiene seis años y los ojos verdes más grandes del mundo. Es una mujer fatal desde que nació.

Sara es una versión mejorada, en mucho, de su hermana quince años mayor. Entre Sara y su hermana hay quince años, dos hermanos y mil kilómetros: La hermana de Sara está en París prolongando un erasmus.

A principios del verano la hermana de Sara vuelve a Zaragoza unos días. Sara va a buscarla a la estación con su madre y no se separan un segundo. Sara está contenta y responde a las preguntas de su hermana, que quiere saberlo todo.

Sara acompaña a su hermana a depilarse, toman helados, van a un festival de danza, recorren la ciudad y vuelven a casa cansadas.

Sara y su hermana van a comer juntas a la piscina. Se ponen crema aunque Sara ya está morena. La hermana de Sara se ha quemado.

En el autobús miran a los chicos. La hermana de Sara le pregunta si le parece guapo el negro. A Sara le parece feo. Su hermana quiere aprovechar para hacer un discurso sobre la igualdad y contra el racismo. Sara sentencia que le parece feo porque es feo y se ríen.

Sara le dice a su hermana que es su mejor amiga en el mundo. Le ayuda a elegir la ropa después de la ducha. Sara le pide a su hermana que le corte el pelo. A pesar de los trasquilones Sara se ve mucho más guapa.

Van juntas a comprar el billete de autobús y toman café con una amiga de la hermana. La amiga va acompañada de su hermano que mira a las chicas impresionado por el parecido. A Sara le gusta parecerse a su hermana. A veces se pinta una peca encima del labio, como la que tiene su hermana.

Sara ayuda  su hermana a hacer la maleta. Se le escapan las primeras lágrimas. En la cocina su madre prepara un bocadillo para el viaje. Sara y su hermana rompen a llorar y al verse les da un ataque de risa. Sus hermanos les cantan “No woman, no cry”.

En la estación la hermana de Sara la mira a través del cristal con la promesa de verse en París playa.

Los Ángeles de Charlie

Vila Matas habla de “Los Halcones” para referirse a las cenas de Casa Emilio. Un par de veces al mes se reúne para cenar, hablar y divertirse un grupo de amigos que comparten risas, gin tonics y pasión por la literatura.

Las chicas, mujeres o novias de los halcones, son amigas y celebran los cumpleaños juntas. Son Los Ángeles de Charlie.

Me invitan a un cumpleaños. Me siento fatal porque no he comprado un regalo para la cumpleañera que siempre me dice que soy su chica favorita y me mira con los mejores ojos del mundo. Nos encontramos en la plaza santa Marta. Hace demasiado viento para estar en la terraza y nos preparan una mesa dentro. Estoy entre la pintora de pelo naranja y la diseñadora industrial con más talento y más gamberra. La escritora de sonrisa pícara y ojos de niña asustada nos pregunta cuáles son “los placeres del verano”. Tiene que escribir un artículo.

Soy la más joven, con diferencia. Estoy en familia con mis tías las gamberras que me dan consejos irreverentes y piropos.

La diseñadora industrial dice que su placer del verano es llevar un vestido sin bragas. Todas reímos y deseamos que llegue una ola de calor para probarlo cuanto antes.

Vuelta a casa

Llego a Zaragoza un lunes con cinco horas de retraso. Mi madre y Sara me esperan en la nueva estación. Sara, es la primera en reconocerme, me dice que tengo pintas de macarra. Yo le digo que he dormido en un tren con dos señoras mexicanas que roncaban y una francesa embazada.

Vamos al parking. Mi madre no se acuerda de dónde ha dejado el coche. Encontrarlo nos lleva menos de quince minutos.

Llegamos a casa. Mis hermanos acaban de terminar una contrarreloj: tienen sed y están sudados. Les doy el monográfico del tour que les compré en la estación. Lo ojean por encima. Me enseñan las bicis nuevas y me retransmiten su última carrera. Diego ya es más alto que yo, le ha cambiado la voz y tiene el pelo más rizado que nunca. Jorge también ha crecido, pero sigue siendo ese donjuán precoz capaz de seducir a quien se proponga sólo con una sonrisa.

Necesito una ducha. No hay agua caliente. Me ducho con agua fría. Sara me espera con una toalla limpia. Me visto y me dice que ya no parezco una macarra.

Le pregunto a mi madre que cuál es mi cepillo de dientes. Ella me responde que ninguno: Jorge los utilizó para limpiar con aguarrás sus pinceles después de pintar su primer lienzo.

Es la hora de cenar. Mi madre ha preparado una de sus famosas ensaladas vanguardistas. Cuando llega mi padre, casi no queda nada. Me da un beso y del bolsillo saca un cepillo de dientes.

Estación

La chica española deja París por unos días. En una maleta gigante lleva toda la ropa de invierno. Su tren sale de la gare d’Austerlitz y viaja de noche hasta Barcelona. El chico de pelo negro y rizado la acompaña. Van en metro y tienen que hacer un trasbordo sin escaleras mecánicas. Él coge la maleta y baja las escaleras sin pararse. La chica le besa y piensa que tendrá agujetas.

Llegan pronto a la estación. Tiene que recoger el billete en la taquilla. Ella está nerviosa y él tiene sed. Él la abraza y ella le da agua. Compran revistas y un monográfico sobre el tour para los hermanos de la chica.

Encuentran el andén con sorprendente facilidad. Dejan la maleta en el compartimiento y salen del tren. Se abrazan.  Ella le promete no ponerse triste. Él se ríe y la besa.

Están abrazados en el andén. Ven a tres chicas con el mismo bolso. Sacan una placa y le piden el pasaporte a un latino. Le registran la maleta. Al otro lado un tipo con una cicatriz en la cara para a un negro, le pide el  pasaporte y le hace abrir las tres maletas y las dos bolsas de mano. El negro lleva  a su sobrino a pasar unas vacaciones a Barcelona. No encuentran lo que buscan y les dejan subir al tren.

Los novios les miran. Piensan que París es una ciudad negra y no entienden esa discriminación. Ven llegar a un negro con un traje blanco de lino. Los policías le cortan el camino y preparan la placa. La chica besa a su novio y sube al tren.

Ropa interior

Es la fiesta de la Goutte d’or. Los españoles viven en el barrio desde octubre. La chica se pone su vestido nuevo y salen de casa. Van a un concierto de música klezmer. No hay que pagar entrada y la cerveza es barata. Es un corral reconvertido en sala de espectáculos. Todo es de madera. Entre el escenario y el patio de butacas hay una pista de baile. Llegan a la presentación de los músicos y a los agradecimientos. Después del concierto hay una sesión dj en la entrada, cerca de la barra.

Los españoles beben cerveza y se besan. Hay gente de todas las edades y nacionalidades aunque no hay colores. Casi no hay negros.

Salen a la calle. Hace frío. El chico se apoya en un coche. La chica se sienta en un portal. Fuman y van a por  más cerveza.

Vuelven a la fiesta. Hay un negro: lleva un traje ancho y negro, con el mapa de África en rojo, verde y amarillo. Intenta bailar con todas las chicas y lo consigue con casi todas. Se acerca a la española y la coge por la cintura. El novio sujeta las cervezas. El negro baila acercándose más de lo que la música invita. El novio sonríe al otro lado de la pista. El tipo tiene a la chica sujeta por el culo. Ella le sube la mano. Cada vez se acerca más. La chica mira a su novio pidiendo el rescate. Él se ríe y le guiña un ojo. El tipo se da cuenta de que la chica está incómoda y la deja ir. Le da una palmada en el hombro a modo de despedida.

La chica coge su cerveza, da un sorbo y dice: “No lleva calzoncillos”. Su novio suelta una carcajada y está a punto de ahogarse con la cerveza.

Se besan y salen del bar cogidos por la cintura. El chico le susurra a su novia que él tampoco.

Bicis

Al chico de pelo negro y rizado le roban la bici en París el segundo día que olvida el candado grande. Al principio cree que su novia le está haciendo una broma y que le espera a la vuelta de la esquina con las dos bicis. Vuelve a casa en metro.

Ha empezado el buen tiempo y el metro es una sauna. No quiere pasar el verano en París sin bici. El día de la fête de la musique sale de casa temprano. Su novia le ha convencido para que se compre la bici más barata del mercado.

El chico coge el metro y se pierde buscando unos grandes almacenes. Llega y busca la bici más barata. Los dependientes no le hacen caso. Coge él mismo la bici y se pone en la fila. Espera un rato. Un tipo le mira. Luego mira la bici y sonríe. Los dependientes siguen ignorando al chico de pelo negro. El tipo sigue en frente, le dedica una mirada burlona.

El chico depelo negro deja la bici barata y busca una mejor. Cree que si se compra una bici mala la romperá en dos días saltando algún bordillo. En cuanto pasa la barrera delos 250 euros se le acerca un dependiente.

Coge la bici nueva y sepone en la cola. El tipo de la mirada burlona sigue ahí. Mira al chico de pelo negro y rizado. Luego mira la bici y sonríe.

La final

El director argentino lleva a sus actrices españolas a ver un partido de fútbol en la casa de Argentina. Es la final de la copa Confederaciones: Argentina-Brasil. Cuando llegan Argentina encaja el 2-0 en su contra. Hay un proyector con una pantalla gigante.

Se sientan en el suelo. El director saca tres cervezas de su mochila. Las abren con el mechero de la actriz rubia. La actriz revolucionaria es morena. Se interesa por los jugadores guapos. El director le dice los nombres y los equipos en los que juegan. El partido es aburrido. Argentina pierde.

El director les cuenta que estuvo casado. Las chicas no ocultan su sorpresa y le preguntan su edad. Él dice 26. Explica que se casó con su novia francesa para que la familia de ella no se opusiera a que vivieran juntos. A cambio les pagaban el alquiler y la chica recibió 150.000 euros. La actriz morena está indignada. Dice que no se lo puede creer.

Acaba el partido: 4-1 para Brasil. La actriz morena insiste en que el director está divorciado. La actriz rubia le dice que entiende que tenga objeciones respecto a su propio matrimonio pero que no entiende qué tiene en contra del matrimonio de los demás. El director se ríe. Deja a las actrices en la boca de metro y sigue caminando por el boulevard Jourdan.