Cierre

Esta columna iba a ser la típica columna de final de año. Un espacio en el que plasmar las reflexiones que provoca la proximidad del año nuevo, una recopilación de ideas acerca de ese repetirse y de cómo hay algo placentero en lo cíclico. Iba a escribir del rito de escribir la columna de repaso del año que se va. Iba a escribir de la sensación que vuelve un año tras otro: ha pasado demasiado deprisa. Iba a escribir de la impresión de que se ha esfumado y, una vez más, no he aprovechado el tiempo. Quería contar que hasta esta bañera, que fue columna, ha cumplido varios ciclos y ha sufrido repeticiones, como si hubiera vivido varias vidas.

Sin embargo, con un par de párrafos escritos, me doy cuenta de que no quiero hablar de eso. Todo eso me parecen idioteces, asuntos sin importancia comparado con el atentado en una escuela en Peshawar, Pakistán, ya reivindicado por un grupo talibán, en el que asesinaron a 141 personas, de las que 132 eran estudiantes. Eran niños. El atentado ha sido una respuesta a las operaciones del ejército pakistaní contra los grupos terroristas que operan en esa zona: la escuela donde se cometió el asalto está gestionada por el ejército y los alumnos son hijos de miembros de las fuerzas armadas. En lugar de hablar de la alegría, de la felicidad y de las cosas que me gustan, querría ser capaz de escribir una columna que fuera lágrimas. Querría escribir un texto que consolara a los afectados y sonrojara a los asesinos.

El atentado en la escuela pakistaní me lleva a pensar en otro crimen reciente: la desaparición de los 43 estudiantes en el estado de Guerrero, en México. Las circunstancias del asesinato múltiple ya se han sabido: algunos murieron asfixiados en el traslado, a otros los mataron antes de quemar los cuerpos. Es posible que algunos fueran torturados y mutilados antes de morir.

La barbarie usa las mismas armas en cualquier parte del mundo y en cualquier época, el terror, la muerte y la sinrazón, pero cada vida destruida es única y diferente, y la tragedia es distinta. No hay explicación posible para estos crímenes, ni siquiera la locura, que retratan el grado de deshumanización de quienes los cometen.

Iba a escribir sobre la felicidad pasada y la que está por venir, sobre la alegría, el amor y la amistad. Ahora todo eso está sepultado bajo el horror. Iba a escribir del paso del tiempo y que la vida es también repetición. Tengo la obligación de exigir que los privilegios dejen de serlo: pido la alegría para todos.

*Bañera publicada en Heraldo domingo el 21 de diciembre de 2014.

**La imagen, de Reuters, esta tomada de aquí.

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