El fumador pasivo

Estoy dejando de fumar. Ahora sólo fumo tres o cuatro cigarros al día. Mi hermano y yo compartimos el tabaco de liar. No le gusta fumar pero cree que le quita los nervios.

He dejado a Sara en el colegio y he perdido un autobús. Tomo café y me enciendo un cigarro.

Suena el teléfono. Mi hermano baja y me dice que no viene a clase. Dice que era su editor y que el libro ya está impreso y viene a buscarle para enseñárselo. Yo también quiero verlo.

Estamos en el bar de la plaza. El editor toma un café, mi hermano pide un cortado y yo no quiero nada.

El editor es alto y grande. Una vez se abrió la frente con una puerta en mi casa. Tuvieron que ponerle puntos, aunque creo que no se mareó.

Me dice qué hago aquí y no en París. He vuelto, me disculpo. Muy bien, dice él.

Vamos a la imprenta. Me siento en el asiento de atrás. Mi hermano y el editor hablan de libros, de escritores y de gente que quiere ser publicada pero ni siquiera se toma la molestia de imprimir su novela y la manda por mail.

Hemos llegado. Bajamos del coche. Estamos en un polígono industrial. Entramos en una nave. El editor pregunta al señor de mono azul si las cajas de la entrada son lo suyo. Antes de que el tipo responda le da un paquete a mi hermano y coge un para de cajas. Abre una de las cajas y me da un ejemplar.

El libro es verde. En la portada hay un grafitti que estaba en el Tubo. En letras blancas se lee El fumador pasivo y el nombre de mi hermano. Ha quedado bien aunque el grafitti sea muy raro.

El editor lleva un rato conduciendo y le pregunta a mi hermano si está contento. Responde que sí con todo el entusiasmo de que es capaz.

Llegamos a la distribuidora: son dos naves industriales con montones de libros por todas partes. Me doy una vuelta por la nave. Hay libros de todo tipo y de todas las editorials. El editor nos enseña la otra nave. Los libros están más ordenados pero da más claustrofobia.

Sigo ojeando el libro en el asiento de atrás.