Llegar tarde para llegar mejor

Todo va muy rápido. Y no me refiero solo a las cosas que suceden, que suceden cuando suceden y eso no depende de casi nada. Lo que va rapidísimo, a una velocidad fulgurante, es la información: se tarda poquísimo en informar de las cosas. Los canales se han multiplicado, la fibra óptica también y siempre estamos conectados a casi todo. ¿Por qué íbamos a querer esperar para saber qué pasó en Barcelona en Las Ramblas, quién conducía la furgoneta, cómo escapó, cuántos muertos dejó a su paso, cómo logró esconderse durante cuatro días para acabar muerto después de varias llamadas alertando de un sospechoso con unos botellines de agua pegados al cuerpo? ¿Por qué no íbamos a querer saber inmediatamente, en tiempo real, detalles de la investigación policial?

Necesitamos saber, sobre todo ahora que disponer de datos (en caliente, sin verificar) responde a un gesto con un dedo. ¿Por qué deberíamos renunciar a la inmediatez? Lo explicó Arcadi Espada después de los atentados: los periódicos siguen teniendo algo que desaparece en el tiempo real, la jerarquía. No es exclusivo de la prensa escrita, a veces llegar tarde es llegar mejor. Supone disponer de más información, seguramente, algunos bulos ya se habrán descubierto como tales, y, esto es lo importante, se habrá discutido sobre el enfoque y la jerarquía informativa.

Aun así lo que más rápido va no es la información, lo que vuela es la opinión. Hay que tener opinión (y fuerte) sobre todo y cuanto antes. Inmediatamente. Sobre los carteles de Barcelona, sobre el misil de Corea del Norte, sobre los tacones de Melania Trump y el huracán Harvey, sobre un relato construido con tuits y si eso implica o no la muerte de la novela y de la alta cultura. Sobre lo snobs que son todos los que no son como uno. Y así parece que el atentado de Barcelona sucediera hace eones, porque desde entonces hemos opinado de un montón de cosas. La información va antes que la opinión. Aunque eso signifique que tardaremos un poco en opinar o, incluso, que no lo hagamos. El silencio tampoco es tan malo.

 Columna publicada el 3 de septiembre de 2017 en Heraldo domingo.

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