El mendigo

            El mendigo de la puerta del Carmen me tomó cariño al cuarto día de cruzarnos. Nunca le di dinero y él me saludaba todos los días. Llevaba unos días sin verlo y lo descubrí en el paseo Independencia, sentado en la entrada de la CAI, al lado de los cines Palafox. Me dio alegría verlo aunque no sabía si me reconocería. Me saludó con más efusividad que de costumbre mientras yo buscaba algo suelto para darle. Me preguntó si salía del cine o de trabajar y yo le dije que iba a trabajar y que llegaba tarde. Él me dijo que podía decirle a mi jefe que me dolía la tripa y había ido a comprar aspirinas y que por eso llegaba tarde. Me reí.

            -¿A que soy listo?-me pregunto después de soltar mi mano.

            -Mucho –respondí. Cuando me alejaba, él seguía hablando y nos despedimos con la mano.

            Ese mismo mendigo, me cuenta la pequeña antipodina, le tocó la espalda y el culo y siempre era agresivo con ella.

            Llegué a tiempo a abrir el bar, a pesar de todo.

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