Virtudes

Son las cuatro y media y estoy abriendo el Bacharach. He puesto el lavavajillas,  un disco y he encendido las luces. He colocado las mesas y he bajado las sillas. Los ceniceros están amontonados encima de la barra. Cuando levanto la persiana le veo: es un tipo alto, de pelo muy largo al que hemos echado del bar más de una vez. Abro la verja y entonces me pregunta qué hora es.

-Las cuatro y media –digo.

-¿De qué? –me pregunta.

-De la tarde –respondo. Él resopla y luego se ríe. Está bastante perjudicado. Se tambalea un poco. Me pregunta si puede entrar y yo le miro. Me dice que es un hombre nuevo, que ya no insulta y promete portarse bien. Le digo que pase, pero le advierto que se porte bien porque ya nos conocemos. Entra. Dice que el nuevo hombre que es tiene una gran capacidad de amar. Pienso que si me pone una mano encima le doy con el cenicero en la cara. Me pide una cerveza. Se la pongo. Las botellas vacías de cocacola se amontonan detrás de la barra. Voy al almacén y empiezo a rellenar las cámaras.

-He visto a tu hermano pequeño –me dice. Sigo metiendo cocacolas en la cámara.- en el tráiler del corto de Paula. Está muy bien. –No levanto la cabeza. Va al baño. Ya he acabado con las cocacolas y he empezado con las tónicas.- ¿Todo el mundo te ha dicho que le ha gustado?

-Sólo he visto el tráiler –respondo.

-No, digo París tres –me aclara.

-Ah, no sé –intento hacerme la loca. –En general, sí. Aunque supongo que no me lo van a decir a mí si no les ha gustado.

-No pude dejar de leerlo –me dice. Sigo con las tónicas.- En serio. La mejor virtud es que no puede dejar de leer, engancha. La peor, que me hubiera gustado leer otras cosas. –Pienso en Sergio, en su lema: una caña, dos euros y sigo metiendo tónicas. –La estoy cagando, ¿verdad? Siempre que digo lo que pienso, la cago.

-No, no. Está bien –tengo ganas de decirle que me la suda, que no le he preguntado y que si quiere beber algo más; que estoy trabajando.

-No, pero es verdad. Me lo leí en un día. Me daba morbo. Bueno y tuve tres erecciones mientras lo leía. Ahora si que estoy hablando demasiado.- Ya he acabado de rellenar las cámaras y ahora llevo las cajas con las botellas vacías al almacén. Él saca un Moleskine y empieza a pasar hojas. Entra Barreiros con Marián y Paco. El tipo melenudo alto se aburre porque ya no es el centro de atención. Me pregunta qué me debe. “Una caña, dos euros”, respondo.

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