Ex alumnos

La reunión de ex alumnos era a las nueve en el Bacharach. Salí de allí a las ocho, después de la coctelería, y fui a comprar unas orejeras para mi madre, otras para Sara y otras para mí. Después quedé con Barreiros y comimos la típica hamburguesa y el típico bocadillo de bacon y queso en el típico Burger Paco. Cuando volví al Bacharach, Marián, la anfitriona de la reunión aún no había llegado. Había gente a la que conocía, otros a los que no y otros a los que hacía años que no veía. También había gente a la que no había visto en mi vida. Marián llegó con su vestido blanco –me pregunto qué hará para que siga siendo blanco- y unos botines nuevos. Comentamos el estilismo. Me daba mucha pereza hablar con la mayoría de la gente: todas las conversaciones iban a ser iguales: qué tal, bien, qué haces, lo de siempre y poco más. Por eso prefería estar con los que veía más frecuentemente: podíamos hacer chistes y hablar de cámaras de fotos, de una obra de teatro o de una película que nos había gustado.

Sólo había una chica trabajando y decidí entrar a echarle una mano y, de paso, me ponía mi caña. Puse copas a Barreiros y a mis amigos y a una de las chicas de la reunión a la que no había visto nunca.

En el cambio de bar se perdió la mitad de la gente y yo estaba borracha. Fuimos a un bar bastante repugnante del casco. Estaba casi vacío y ponían reggaeton. Cada vez quedábamos menos. Intenté relacionarme y hablé con la chica a la que había servido en el bar. Luego volví con Barreiros. Pero la chica me siguió. Me dijo que ella quería ser mi amiga y que yo la odiaba. Me entró la risa. Ella prosiguió con su discurso.

-… antes has intentado machacarme, reconócelo –gesticulaba mucho con las manos y llevaba un botellín de cerveza en la mano, tenía miedo de que me la tirara por encima-. Yo voy mucho al Bacharach y siempre me miras mal –no recordaba haber visto a esa chica nunca antes-. Deberías ser feliz y disfrutar más de la vida –pensé en decirle que era feliz, que ella no me conocía, que qué le hacía pensar que era infeliz si era la primera vez que hablábamos y que yo estaba de acuerdo en lo de intentar no sufrir y por eso quería beberme mi cerveza tranquilamente sin tener que escuchar el psicoanálisis de manual de una tía a la que no conozco, aunque le haya puesto copas, y que está a punto de llenarme de cerveza. En lugar de eso, apoyé el hombro en la pared y asentí mecánicamente a lo que ella decía-. No tienes motivos para ser infeliz: tienes un trabajo y eres mona, lo tienes todo. Mira yo estoy enamoradísima y muy feliz… -en ese momento dejé de escuchar. El rescate llegó de manera improvisada: alguien había conseguido que el camarero nos invitara a una ronda de chupitos. Fui hacia la barra y evité a esa chica el resto de la noche.

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