Guapos

           

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Nunca vienen guapos al bar. Incluso hubo un día en que nos planteamos dar un premio al que más se acercara a guapo consistente en todas las copas gratis y quedó desierto. Una vez vino un guapo y aún lo recordamos. Era alto, moreno y muy guapo. Tenía entradas, pero como dijo Almudena, con el pelo rapado sería igual de guapo. Para retenerlo Almudena le hizo la caidita de ojos –a pesar de sus esfuerzos por enseñarme y de los míos por aprender no consigo reproducir- y el guapo volvió. Dice Almudena que la caidita es infalible porque “dada la habitual indiferencia con que ponemos las copas, cuando llega uno y le haces la caidita, él se sabe elegido”. También dice que el guapo venía hasta que un día se quedó hasta el cierre y Almudena, olvidándose de todo, cegada por el amor, salió de la barra para besar a su novio. Fue el último día que vimos al guapo. Nos acordamos mucho de él.

            El último martes iba a marcar un hito en la historia del bar: entró un guapo guapo. Y yo fui hacia él dispuesta a hacerle la caidita lo mejor que pudiera. Me preguntó cuánto valían las copas. Y yo iba a decirle que sí, pero reaccioné a tiempo. Luego me preguntó si las podía poner en vasos de plástico y yo estaba a punto de asentir con la boca abierta cuando recordé que no hay vasos de plástico. El nuevo guapo se fue tal como vino. Sin darme tiempo a practicar la caidita.

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