Monserga (Gabilondo en Zaragoza)

Hace un par de semanas Iñaki Gabilondo vino a Zaragoza a presentar su libro ‘El fin de una época’, editado por Barril y Barral, una especie de memorias que recogen algunas de las reflexiones del periodista sobre su oficio, a veces, impartidas en conferencias en universidades, etc. Fui una de las mil personas que fueron al Teatro Principal –en un acto organizado en colaboración con la librería Los Portadores de Sueños y moderado por Luis Alegre- porque admiro a Gabilondo: me parece un gran periodista y me gustó mucho en su última época en CNN+, en el programa ‘Hoy’. El formato era sencillo: una entrevista pública, o eso era lo que yo creía que sería. Me sorprendió que alguien que ha hecho tantas entrevistas fuera tan mal entrevistado: el moderador apenas pudo intervenir y mucho menos dirigir la conversación. Aunque me gustó en algunos momentos: cuando hizo una defensa de la urbanidad –me acordé de Ismael Grasa, escritor y profesor de filosofía, que dice que no cree en el mundo interior, solo en la higiene, la urbanidad y la ley-, y cuando contaba anécdotas que tenían que ver con su profesión, su vida, su infancia, etc. Pero de pronto, la charla se convirtió en soflama con algo de populismo, verdades a medias, y un punto de vanidad: contó que obligaba a su equipo de ‘Hoy por hoy’ a ver el amanecer todos los días, que decidían un oyente imaginario para el que hacían el programa –los dos ejemplos que puso eran oyentes tristes, un ama de casa y un hombre cuyo matrimonio naufraga-, y que en los programas con público se sorprendían cuando pedían a un oyente que llamara por teléfono y lo hacía. Dijo que la gran estafa de la sociedad actual era no haber sabido conciliar el trabajo de la mujer con la maternidad, y aunque hay una parte de verdad, me pareció una reducción simplista y populista. Confundió pobreza con austeridad, asimiló la intelectualidad al elitismo –del que él forma parte, aunque no lo dijo- y reprochó al cine arrebatar los valores y las emociones de la vida. Habló del deseo de comprar un piso de los españoles como si fuera algo malo, y utilizó la expresión “pobre pero honrado” –que a mí me produce un rechazo instantáneo- al hablar de la gente que invierte en bolsa. Sin embargo, lo que más me molestó del acto, además del sermón, fueron las reacciones de admiración que provocó entre el público. Entiendo que uno se emborrache de éxito en un momento determinado –y el del lunes fue uno de esos momentos-, entiendo que ante un auditorio lleno y entregado el protagonista se venga arriba y pierda la noción del tiempo y de todo lo demás; pero creo, y en esto sigo a Gabilondo, que el espectador tiene que reclamar su derecho al análisis y debe ser crítico con lo que ve y oye. Por eso no entiendo los elogios que ha recibido por el encuentro y que nadie haya dicho públicamente que Gabilondo no estuvo fino, que pecó de egotismo y que se le fue la mano con la moralina.

2 comments

  1. Hans

    Bien sabes que mis afectos estaban con organizadores, concurrencia y recinto. No con el entrevistado, claro: de ahí mi ausencia. Me da náuseas su jodido maniqueismo progre, incompatible por cierto con la muchimillonada que se echa al bolsillo sistemáticamente y perfectamente consistente con el obsequio ministerial a su augusto y frailuno hermano. Me parece nefasto como presentador de televisión, me parece abyecto que manifieste sistemáticamente su odio no por cierto presidentillo, si no por casi el 50% del electorado (aunque no lo diga) porque dicho presidentillo le ofendió: le negó una entrevista a él, A Él, A ÉL!!!!. Lo mejor del ‘Vd. no sabe quién soy yo’ aplicado desde la cara de momia. Me pareció nauseabundo el tono de su voz el día del atentado de Atoche: casi se corría de gusto en el micro (iba yo en coche hacia Ejea aquel día y fue bastante radio de la suya) empezando a determinar responsabilidades, ajenidades etarras… Gabilondo carece de dignidad. Gabilondo se considera un iluminado en posesión de la verdad. Gabilondo, bref, es un PELMAZO. Un pelmazo enamorado de sí mismo. Alguien debería estar con los laureles tras de estos (no es el único ciertamente) tipos susurrándoles al oido un conveniente memento mori.

  2. Marta jarrete

    En total desacuerdo contigo. Estás tergiversando torticeramente sus palabras. Es cierto que el discurso estaba un poco aprendido pero lo del oyente imaginario, por ejemplo, vino de la mano de Michael Barral.Si él simplificaba el discurso, tú los manipulas sin elevarlo. Te sigo con fidelidad pero creo que, al menos hoy, tampoco tú has estado fina. Fue una charla de valores, simples (no era una reunión de filósofos de nivel) pero contundentes. La crítica hace que uno se luzca más que con el elogio pero es resbaladiza y corre uno el riesgo de hacer el ridículo.

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