Viejoven

El domingo pasado fui a votar con mi familia. Votamos todos, menos la pequeña, todavía le faltan casi seis años para poder votar. Dos de mis hermanos pequeños ya son mayores de edad. Votamos en el colegio al que fueron, y aún me acuerdo de cuando los cuidaba en las calles de los pueblos de Teruel en los que hemos vivido. Los dos van ya a la universidad. Y pensé que ya soy mayor. Casi vieja.

Hago cosas viejas, casi de otro siglo: leo en papel, me gustan los libros, comprar películas en DVD de Éric Rohmer y de Mario Monicelli, me gusta escuchar los discos enteros y, a veces, me da pereza salir de casa. Creo que algunas cosas van demasiado rápido, las redes sociales (que me gustan mucho) exigen, o al menos propician, que expresemos una opinión enseguida, en cuestión de segundos, antes de que deje de ser actualidad. Y pienso que yo prefiero la reflexión y tener tiempo para informarme, consultar fuentes y, sobre todo, madurar la opinión. Y eso es de vieja. También creo que la juventud no es un valor en sí mismo, en todo caso, una enfermedad que se cura con el tiempo. Y eso es de vieja. Estoy a favor de que todo el mundo escriba correctamente y me irritan las faltas de ortografía, y eso casi es rancio. Creo que la educación es el mejor valor para crear una sociedad sana, que leer no solo es bueno sino que es divertido y que hay que favorecer el pensamiento. Así que no solo soy mayor biológicamente, sino que mis gustos son de vieja, o al menos piden otro ritmo.

Pero, al mismo tiempo, creo que nunca me he sentido más pequeña: no es solo la nueva ciudad, la situación del país, soy yo. Miro con admiración y suspicacia a los que lo tienen todo claro y no necesitan un tiempo muerto para tomar una posición y argumentarla. Cada vez soy más consciente de todo lo que no sé, y de que habrá cosas que nunca llegue a saber. Dudo que pueda leer todo lo que me gustaría. Y soy consciente de todas las cosas que no seré. Me deshago de un manotazo de la nostalgia de un futuro imposible y pienso en lo que decía David Trueba en una conferencia sobre cómo hacer películas: de la fricción, del contraste, nace el germen de la narración, el conflicto. Uno de mis hermanos pequeños siempre me toma el pelo y dice que solo cumplo años biológicamente, me pinto las uñas del mismo color que mi hermana pequeña y creo que es verdad: en el fondo soy una niña. Y me doy cuenta de que yo vivo permanentemente en un conflicto: soy una joven tremendamente inmadura con gustos de vieja: una viejoven.

*Columna publicada el domingo 27 de noviembre en Heraldo de Aragón. Se recomienda leerla mientras suena esto: Joe Crepúsculo – Los viejos

One comment

  1. el náuGrafo

    Me irrito también con un ‘ti’ con tilde, pero luego me puedo emocionar viendo a mi sobrina de un año tocar la flauta. Soy un viejo-viejo, ajjaj, como el conde Tolstoi cuando notaba brotar las lágrimas tras un honesto abrazo de alguno de sus tolstoianos. Y me gusta haber llegado a ese estado con treintaypocos.

    buen post

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