23 de abril

Mañana es el día de Aragón, que para mí va inevitablemente ligado al libro. No solo porque coincidan las fechas. También porque me parece que Zaragoza –y Aragón- es un lugar en el que por alguna razón misteriosa hay muchos escritores, muchas editoriales y algunas de mis librerías preferidas. El 23 de abril está ligado en mi córtex cerebral al paseo de la Independencia, a los puestos de libros y a las firmas de escritores amigos o a las mías propias. Alguna vez, en un pasado casi remoto, también a animaciones pagadas tarde y mal, pero en las que me divertía mucho. Está ligado a comidas en el Wok del Caracol o en el italiano de la calle Casa Jiménez con amigos y mi familia y a cervezas en terrazas al final del día.

Pienso en la cantidad de escritores que ha dado Zaragoza: Eva Puyó, Félix Romeo, Ignacio Martínez de Pisón, José Luis Melero, Octavio Gómez Milián; la cantidad de escritores que ahora viven en Zaragoza: Cristina Grande, Ismael Grasa, Sergio del Molino, Santiago Gascón, Miguel Mena (y solo son una muestra); las editoriales afincadas en Aragón: Tropo, Xordica, Contraseña, Eclipsados, Olifante… y me recorre un escalofrío de pena y melancolía. Y es que no puedo evitar preguntarme qué va a pasar con el sector. Cómo va a sobrevivir. Cómo vamos a salir de esta encrucijada en la que se compran menos libros, se apuesta menos por la cultura, se recortan los presupuestos de las instituciones, los medios no pagan por las colaboraciones y todo eso nos parece normal.

Desde hace unos días tengo la sensación de que acaba un mundo tal y como lo conocíamos, y eso que aún no he leído ‘La civilización del espectáculo’. Pero estoy de acuerdo con algunas de las tesis del libro de Mario Vargas Llosa: nos hemos frivolizado, nos hemos convertido en una sociedad en la que nada tiene valor, lo que permite que todo se iguale y cualquier cosa pueda tener valor. Y eso supone rebajar la cultura, el arte, los libros, la música, el cine. Que la estupenda e inteligente película de David Trueba ‘Madrid, 1987’ se estrene en pocas salas de algunas afortunadas ciudades es un síntoma de algo malo.

Me arriesgaré a parecer conservadora, pero me aterra pensar que ese mundo va a desaparecer tal y como lo conocemos, me aterra ver que casi solo tiene éxito lo malo, lo que no hace pensar, lo que es mero entretenimiento y que todo lo demás tenga mala prensa. Me aterra que a los que leen los llamen “culturetas” o “gafapastas”, que la inteligencia y las ganas de saber se censuren como un signo de esnobismo; que el pensamiento crítico sea una excepción. Luis Alegre dijo que “en tiempos de crisis, la cultura es el mejor asidero posible”, tal vez el único.

*Columna publicada en Heraldo domingo el domingo 22 de abril.

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