Días de Feria

La Feria del Libro de Madrid, que comenzó la semana pasada, marca el aniversario de mi llegada a la ciudad. Este año, como el pasado, prácticamente me he mudado a una de las casetas del Retiro. Estoy en la 155, ocupada por Libros del Silencio, Sajalín y Xordica, viendo pasar a la gente, cobrando libros, aconsejando, cuadrando cajas y yendo a por cambio. La Feria del Libro de Madrid tiene algo de campamento: dura dieciocho días, casi todas las noches hay una fiesta, hay gente controlando, se pasa calor y sed y se hacen amigos. También tiene algo de reencuentro, como las fiestas de las películas americanas de aniversarios de graduaciones: hay gente a la que solo conozco de la Feria del Libro del año pasado y que no he vuelto a ver hasta estos días.

Me gusta que haya muchas fiestas en la Feria del Libro y me gusta que fiesta y feria signifiquen lo mismo, que en francés se diga ferié cuando es festivo y en portugués y gallego feira. Me gusta porque es una fiesta. Los amigos traen cervezas o cafés a la caseta, nos saludamos con afecto y charlamos con lectores. Me gusta que los lectores busquen libros diferentes, no lo que ven en todas partes, que lleven listas con los títulos que les interesan y rodeen el número de la caseta si piensan volver. Me gusta que pidan consejo y poder hablar con los que pasean entre semana de los libros que les gustan. Lo que no me gusta es que me impide ir a la Feria del Libro de Zaragoza.

Me gusta mucho escribir esta columna con un título prestado o robado a Lara López, que el año pasado, mientras firmaba ejemplares de su maravilloso ‘Óxido’, pensó en hacer una antología de cuentos sobre la Feria del Libro que se llamase ‘Días de feria’, con una cita a la película de Woody Allen.

A pesar del calor y de los días, quitando pequeños sustos al cuadrar la caja y los gritos histéricos por teléfono de alguna editora indignada, en la Feria del Libro de Madrid solo me han pasado cosas buenas: conocí a una de mis mejores amigas, la fotógrafa María Sánchez, conocí a editores, libreros, escritores y traductores, vi cómo se llevaban mis libros o los de amigos, o libros de escritores a los que no conozco, pero me gustan, fui a Ikea con Malcolm Otero Barral a comprar taburetes para la caseta y Julio Casanovas, editor de Sajalín, me contó que no podía ir a por cambios porque tenía los pies escaldados.

De la de este año, ya tengo recopilados algunos recuerdos con Line Amselem y Santiago Gascón, que estuvieron firmando ejemplares. Hoy, domingo, empieza a quedar menos de la mitad de esta Feria, y puede que yo esté perjudicada por la noche anterior. Cuando se pase la resaca, tal vez escribamos esos cuentos.

*Columna publicada el pasado domingo 3 de junio en Heraldo domingo.

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