Balance

Puede que muchos de los que votaron al PP esperaran un gobierno a la manera de la derecha europea, un gobierno que se pareciera al de Sarkozy, aunque sin Carla Bruni de primera dama. Puede que los que hace poco más de un año otorgaron la mayoría absoluta al PP se acordaran de cómo Aznar –gracias a la ley del suelo, y de aquellos barros, estos lodos- hizo que la economía española creciera y que se superara la crisis de los noventa. Puede que algunos incluso intuyeran y estuvieran de acuerdo con las políticas de recortes en sanidad y educación, en materia de dependencia, en lo social. No sé qué habría pasado si las medidas que han tomado (recortes, pensiones, rebajas en el sueldo de los funcionarios, subida del IVA y del IRPF) hubieran estado incluidas en el programa electoral.

Todos sabíamos que con el PP llegaba al gobierno un partido conservador, de derechas y católico: en la toma de posesión de las carteras ministeriales, Soraya Sáenz de Santamaría fue la única que juró su cargo solo sobre la Constitución. Poco a poco, este gobierno ha ido desplegando sus alas, que más que de pavo real parecen de cuervo. La ministra de trabajo dijo que rezar a la virgen siempre es bueno para encontrar trabajo. También dijo, después de que Iberia planteara un ERE para un máximo de 6000 trabajadores, que la reforma laboral que aprobó su ministerio debe ser aplicada con “sensibilidad”. La ministra de Sanidad aconsejaba acudir a las terapias alternativas en unas declaraciones que demuestran una irresponsabilidad máxima. El ministro del Interior se opone públicamente al matrimonio homosexual incluso después de haber sido aprobado en el Tribunal Constitucional. El ministro de Justicia quiere reformar el aborto y cambiar la ley de plazos por la de supuestos, que se aprobó en 1985, se sacó de la manga aquello de la “violencia estructural” que lleva a las mujeres a abortar y acaba de aprobar una reforma de la Justicia a la que se oponen los jueces. Y esta semana hemos sabido que Wert, ministro de Cultura y Educación, mantuvo reuniones con la Conferencia Episcopal para presentar el borrador del anteproyecto de la nueva ley de educación, que modificaba el que presentó en mayo. Entre esas modificaciones está la que más ha llamado la atención de los medios sobre la enseñanza en catalán. Sin embargo, me parece mucho más grave que se haya tolerado que la Iglesia tome decisiones fundamentales a la hora de elaborar el currículo.

Sin duda, es una situación muy difícil y es complicado sacar adelante el país y enfrentarse a la ciudadanía después de incumplir casi todas las promesas electorales. Pero buscar la distracción sacando una España de charanga y pandereta no parece la mejor solución: parece una regresión y una forma de tomar el pelo a la gente.

 

*Bañera publicada el domingo 16 de diciembre en Heraldo domingo.

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