El guateque

Hay una fiesta en casa del director argentino. Ha invitado a toda la compañía pero yo soy la primera en llegar. Hemos salido de casa a la hora en que empezaba la fiesta. El supermercado ya estaba cerrado. Hemos comprado las cervezas por el camino.

Vamos en bici. Yo he guiado y sólo hemos mirado el mapa una vez. Hemos subido una cuesta interminable y he dejado atrás a Barreiros. Atamos las bicis al lado de un camión amarillo y entramos.

La casa tiene dos plantas y una bodega donde hay una borra con mucho alcohol, poca luz, un portátil dos colchones y una televisión.

En la cocina están sus compañeros de piso: Bigfoot, cuyo verdadero nombre es Laurent, y una chica italiana que baila la danza del vientre. También está su vecina: la señora que vive en el camión amarillo.

En el sótano-discothèque abrimos la primera cerveza. Van llegando los invitados sin que les preste demasiada atención.

Bigfoot es tímido, cuando he llegado no me ha dado dos besos, sólo ha dicho “bigfoot”. Ahora va por el segundo cubata y me dice que ha llevado sus zapatos a que le pongan una suela para que no hagan ruido.

El director argentino se ha convertido en Ger-dj gracias a un programa de ordenador y a Barreiros, que le ha explicado lo que es el “pitch”. Entre canción y canción me enseña vídeos de los ensayos.

Barreiros piensa que podría estar follando en una habitación y yo no me enteraría.

Después de la segunda ronda de tequilas Bigfoot se acerca a mí y se descalza para enseñarme sus pies de tamaño normal.

Voy a buscar a Barreiros –siempre subestima mi suspicacia. Salimos a la calle y hace mucho frío. Desatamos las bicis. Coge mi candado como signo de armisticio y yo le beso. Nos despedimos de la fiesta.

Para luchar contra el frío del amanecer hacemos carreras por los bulevares desiertos de la ciudad.

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