Simulacro

 

Hace muchos años que hice mi último examen. Ahora recuerdo con cierto cariño esa época en la que iba a la facultad, sufría, tomaba mucho café para estudiar y aun así solía quedarme dormida. No sé si aproveché todo lo que debería esos años. Tuve muy buenos profesores: Aurora Egido –ahora candidata a entrar en la RAE– y Leonardo Romero Tobar, que nos dio una clase magistral sobre ‘Fortunata y Jacinta’ en la que convirtió el aula en la Plaza Mayor de Madrid. Echo de menos esas clases y a veces me gustaría volver a esos años. De vez en cuando, todavía tengo pesadillas en las que sueño que no he acabado la carrera y que tengo que hacer un examen para el que no he estudiado.
Puede que mi nostalgia se haya acentuado con la lectura de ‘Cartas a mi hija’ (Alpha Decay, 2013) de Francis Scott Fitzgerald: me reconocí primero en la hija adolescente, preocupada por chicos, por gustar y por quedar bien, algo indisciplinada en los estudios y con esa falsa seguridad de la juventud. Luego me reconocí en el padre: son las cartas que me gustaría escribirle a mi hermana, que aún no ha cumplido quince años. También me reconocí en la Scottie adulta que escribe el prólogo y que lamenta no haber hecho más caso a su padre, y eso que, hasta donde yo recuerdo, no he dado demasiados quebraderos de cabeza a mis padres. El libro se lee con placer, ternura y entusiasmo, se entreven los problemas económicos de Fitzgerald, que habla de Zelda, del alcoholismo y de sus peleas con su agente literario y con los productores de Hollywood, que se negaron a rodar su guión ‘Infidelity’, por considerar que insultaba la moral al no castigar el adulterio y violaba el código Hays.
Me acordaba de los versos que canta Rafael Berrio en “La alegría de vivir”, que abre su último disco, ‘Diarios’. Dice Berrio: “A estas alturas, cuando todo queda atrás, / cómo puede sorprenderte a ti / que vayas perdiendo, cuesta abajo como vas / la alegría de vivir, / que vayas perdiendo, como vas perdiendo tú, / el asombro, el gusto, la emoción”. Ahora que me acerco a los treinta años, no puedo evitar que la melancolía se cuele en mí como el olor de la comida de los vecinos en mi casa. La primavera y los exámenes de los demás me traen un especie de nostalgia de lo no vivido, que ilustra la canción “Simulacro”, del disco ‘1971’. Berrio canta “Temo haber vivido mi vida como si ello fuera un simulacro, / como si yo tuviera el don de vivir por mí dos veces, / de haber dejado a un lado la que importa en prenda de una vez futura / y haber malgastado en borradores la presente”. A mí, como a Berrio, me asusta no vivir del todo.

*Bañera publicada el domingo 19 de mayo de 2013 en Heraldo domingo.

One comment

  1. Yo mismo

    Tan sólo quiero felicitarte por lo bien que escribes. Ignoro qué o cuánto hay que leer hasta conseguir escribir de forma tan sencilla y ágil, pero a la vez tan elaborada.

    Lo repito: tus artículos son una delicia que ha pasado a formar parte de mi periplo de lectura digital, en busca de inspiración y referencia. Sé que es la pregunta más manida que se le puede hacer a un escritor, pero no puedo evitarlo… ¿algún consejo para un profano que intenta mejorar?

    Un saludo y muchas gracias.

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