Figurar

 

Cristóbal Montoro dijo hace una semana que el problema del cine español es la calidad y que eso es lo que les ha llevado a bajar la taquilla, no la subida al 21% de IVA. Es muy complicado saber por qué de pronto la gente deja de hacer algo. Pero parece mucho más plausible que sea una razón económica, o de cambio de paisaje, que una razón estética que, además, no es real: el cine vive un gran momento y el que se hace en España no es una excepción. Hemos asistido a una explosión de talento y de reinvenciones, conviven las producciones ambiciosas de directores consagrados con las apuestas de directores que empiezan, etc. La variedad del cine español no cabe en ese sintagma. Las declaraciones de Montoro, que ya ha tenido que retractarse, responden a una pataleta, a una rabieta de despechado, y es insólito que un ministro desprecie así a un sector que se supone debería defender.

Es un motivo de alegría que La herida, ópera prima de Fernando Franco, esté gustando; que Costa da Morte, de Lois Patiño, ganara en el Festival de Locarno, donde se pudo ver El futuro, de Luis López Carasco; que Los ilusos, de Jonás Trueba, se llevara varios premios en Cinespaña, en Toulouse, donde el premio al mejor documental fue para Dime quién era Sanchicorrota, de Jorge Tur. Carlos Vermut ha terminado ya el rodaje de Magical Girl, pronto se estrenará Vivir es fácil con los ojos cerrados, de David Trueba.

Y se siguen haciendo películas. Alejo Flah lleva dos semanas de rodaje de la que será su primera película: Sexo fácil y películas tristes. Una historia que contiene dos tramas: a un escritor argentino le encargan un guión y escribe una comedia romántica, que sucede en Madrid. Me gusta pensar en Madrid como un espacio de ficción. Han rodado un par de días al lado de mi casa y mi novio y yo hacíamos de camareros (él con plano y a mí se me verá un dedo). Ser figurante es muy aburrido y tiene algo de humillante: el equipo le habla a la masa, de la que tú, sin que nadie te haya preguntado, formas parte. Se forman filas y esperas y te miran como a un objeto. Casi todos eran profesionales de la figuración: venían de agencias, sabían dónde ponerse para no salir demasiado y que pudieran volver a llamarles, aunque también había bailarines con un ego desmedido y estudiantes de comunicación audiovisual.

Cuando vaya a ver la película (espero que haya cines todavía) no me acordaré de la maquilladora que me trató con cierto desprecio. Le daré la razón a mi novio: es mucho más divertido ver las películas que hacerlas. Y aun así, hay algo fascinante en ver cómo se cocinan las películas.

*Bañera publicada el domingo 20 de octubre de 2013 en Heraldo domingo.

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