Ser mujer

Hace unos meses, en una entrevista, la escritora a la que entrevistaba respondió así a la pregunta de otro periodista: “ser una adolescente en cualquier país es siempre más difícil”, dijo. Lo entendí como un chiste y me reí. “Ser una mujer joven hoy en día es más difícil en cualquier lugar en el que estés. No lo digo como una broma, lo digo en serio. Y cuando digo cualquier parte del mundo digo Estados Unidos, Madrid, o donde sea”.

Desde entonces, no he dejado de darle vueltas. Primero, me sentí culpable por la carcajada que había soltado. Después, empecé a preguntarme si estaba de acuerdo con esa afirmación, sin chistes. Ser mujer supone una diferencia y todavía hay mucho que hacer hacia la igualdad y contra el sexismo, pero no creo que ser hombre en determinados lugares sea mejor que ser mujer en otros: los hombres suelen ser los que más ejercen la violencia y también los que más sufren algunos tipos de violencia. Hay grados de desigualdad, lugares donde la mujer tiene menos derecho (en esos países, por cierto, al negar a las mujeres la igualdad están renunciado a la mitad del talento). Pienso en las chicas secuestradas en Nigeria. En Malala Yousafzai, la estudiante a la que dispararon en la cabeza por acudir a la escuela, en la ablación, en las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, en las lapidaciones, latigazos y en los ataques con ácido. Pienso en las mujeres indias que han sido víctimas de violaciones múltiples. Me pregunto de dónde sale esa barbarie. Por qué la vida de una mujer –especialmente de castas bajas- no tiene ningún valor. Esta semana se ha publicado una noticia terrible: un consejo tribal ha condenado a una mujer a ser violada para castigar a su hermano por haber cometido una violación. En enero de este año el resultado de una violación múltiple dejó en estado crítico a una mujer a la que también un consejo tribal le había impuesto esa “pena” por mantener una relación sentimental con alguien del pueblo vecino. A esos casos se añaden otros más: la mujer que murió después de ser violada en un autobús, las dos niñas que fueron violadas en grupo y luego colgadas, o la joven que se quemó después de ser víctima en dos ocasiones de violación múltiples, y habrá otros que no se denuncian o no llegan a los periódicos.

Puede que sean casos extremos que llegan a la prensa occidental, pero ese horror puntual señala otros horrores cotidianos: la vida con miedo, el secuestro del cuerpo y la negación de la autonomía sexual, sentimental e intelectual a la mitad de la población. No debemos permitir que se normalice ni hacer como si no sucediera, son feminicidios: crímenes que se cometen contra mujeres por ser mujeres.

*Bañera publicada el domingo 13 de julio de 2014 en Heraldo domingo.

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