El ginecólogo

            Tengo 22 años y nunca he ido al ginecólogo. Se lo digo a mi madre, que es médico. Cree que es porque quiero tomar la píldora. Me recomienda los parches. Sólo quiero saber si estoy bien.

            Llama a una clínica y pide cita para dos. La secretaria necesita saber si he mantenido relaciones sexuales. Mi madre dice que no me lo ha preguntado, pero cree que sí.  Ya no tengo que ir con la vejiga  llena para que se dilate no sé qué. El ginecólogo le dio clase a mi madre y asistió el parto cuando nací yo. No creo que me reconozca.

            Llegamos  un poco tarde y nos hacen pasar a una sala de espera. Las paredes son blancas, hay cuadros, mesas con revistas y parejas esperando. Mi madre me dice que la clínica se ha especializado en técnicas de fertilización. Tengo que responder a las  preguntas de una señora para que abra mi historial. Luego firmo un papel.

            El ginecólogo lleva pulseras y collares como hippies. Mi madre le pone al día: dos traslados y medio y un hijo más desde la última vez que se vieron. No me habría reconocido.

            El ginecólogo me dice que si él fuera mujer no se lo pensaría dos veces: tomaría la píldora. Le pregunto si la píldora engorda. Él me dice que engorda comer más, es una leyenda urbana. Yo pienso la que engordas eres tú.

            El ginecólogo señala la pantalla del ordenador y me dice eres tú por dentro. Eres orgánicamente perfecta, me dice.  Me levanto de la camilla y me visto.

            Mi madre me dice que le ha quitado el DIU y no sabe si decírselo a mi padre. Me  ofrezco a pagar los preservativos. Ella se ríe y me dice que deberíamos hacer más cosas juntas. Le invito a tomar café y ella me pide fuego.

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