Amores perdidos

Soy una mujer fatal precoz frustrada. No como Sara, que es una auténtica mujer fatal con seis años. Yo en cambio, nunca fui castigadora. No rompía corazones y me gustaban todos. Me enamoré de un amigo de mi padre que era rubio, grande, venía a casa y me llamaba bella dama. Quería que todos se enamoraran de mí: dependientes, médicos y, sobre todo, los amigos de mi hermano. Pero ninguno se fijaba en mí.

Entre los amigos de mi hermano había uno que me gustaba más: íbamos al mismo colegio. Me gustaba porque tenía las palas extrañamente grandes. No recuerdo su nombre, era moreno y tenía los ojos grandes.
El niño pasaba los veranos en La Zoma. Mi hermano y yo, en Ejulve, a unos cinco kilómetros de distancia. Un día el niño moreno de ojos grandes vino a Ejulve en bici. Yo me puse muy nerviosa y baje corriendo las escaleras. Él se rió de mí porque iba a jugar a fútbol, sólo para llamar su atención.

Es el último recuerdo que tengo de aquel niño: las palas grandes y la bici. Nunca más lo volví a ver. Con la primera mudanza al primer pueblo, mi hermano y yo perdimos el contacto con nuestros amigos de Zaragoza.

Después del niño moreno hubo otros amigos de mi hermano: compañeros de instituto, del equipo de fútbol, el amigo de Madrid, el amigo asturiano. Ninguno dejaba de verme como la hermana pequeña. Desistí: no se iban a enamorar de mí.

A veces me acordaba del niño de las palas extrañamente grandes y me preguntaba qué habría sido de él.

El niño moreno dejó el instituto y empezó a trabajar. Tenía demasiadas cosas en qué pensar como para estudiar: las chicas, el fútbol, los amigos… Se compró un coche tres meses antes de sacarse el carnet de conducir. Una noche lo sacó del garaje y no volvió a entrar. El día del examen llevo al profesor de la autoescuela a su casa. Seis meses después tuvo un accidente: a él no le pasó nada pero el coche quedó destrozado.

Un día conoció a una chica en un bar. Tenía un nombre raro que no era la primera vez que oía. La chica también era rara: hacía teatro y él nunca sabía qué pensaba. Él la besó precipitadamente. Una tarde de verano el chico estaba harto de que ella no se dejara querer y se fue bajo la lluvia. Ella empezó a correr tras él y perdió una sandalia por el camino. Cuando lo alcanzó, le agarro del brazo y le besó. En su casa, el chico le lavó los pies y le arregló la sandalia.

Los ojos del niño moreno hoy son grandes y marrones, el pelo sigue siendo negro y se ha rizado. Las palas han dejado de ser extrañamente grandes. Ahora compone música electrónica, prepara purés y platos vanguardistas. No le gusta que le digan que tiene aspecto de macarra.

Ahora el niño moreno vive en París con la chica a la que besó precipitadamente. Por las mañanas se levanta para prepararle el desayuno y la despierta con un beso dulce. A veces la chica tiene miedo, entonces él la abraza y le llama princesa. Se ríen juntos y tienen una vida sexual activa, rozando la peligrosidad -baños de bares, baños de tren, vestuario de piscina, mar con guiris al lado… Pasean en bici por París y se besan cuando los semáforos están rojos.

El hermano de la chica va a París. Es el cumpleaños del chico, le regala un sacacorchos a su amigo de la infancia.

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