Sabrina

Ayer fui a ver Sabrina de Billy Wilder. Es un cuento de hadas en el que el hada madrina es París. Es una obra maestra de la comedia romántica.

Lo que hace de la película una obra maestra no es el argumento, que es un tópico, sino la clase de cine que es la película. No es la mejor película de Billy Wilder, pero contiene algunos de los elementos de las mejores: el sentido del humor, los personajes secundarios, el sentido del ritmo… La manera de presentar el rascacielos de las oficinas Larrabee es una lección de maestría cinematográfica.

El cuento de hadas aparece desde el primer momento con la voz en off “había una vez…” Queda afirmada la convención y aceptada por el espectador para poder deformarla y adaptarla a través del humor.

Sabrina va a París a convertirse en una experta cocinera y curar sus penas de amor. Vemos una pared con una ventana circular con vistas a la torre Eiffel, de pronto aparece un chef francés con gorro, bigote dando una lección sobre cómo cascar huevos.

Sabrina escribe cartas a su padre desde París, en un pequeño apartamento con un balcón junto al Sacré Coeur. La lectura de las cartas es uno de los mejores momentos de la película: el padre las lee en voz alta y el servicio al completo escucha. La clave de la escena está en el ritmo y los contrastes entre la carta y las réplicas, es decir, entre las espectativas y la realidad. El ritmo intesifica el contraste.

Yo también veo el Sacré Coeur desde mi ventana y como Sabrina, creo que uno va a París a abrir horizontes. París es una ciudad donde aprendes a ser feliz.

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