El especulador

            Por culpa del especulador he llegado tarde a mi clase de lengua. Llovía y no he querido ir en bici, cuando iba hacia el autobús con Barreiros, el especulador le ha llamado para llevarnos. He llegado casi 20 minutos tarde. Mi alumna no se ha molestado.

            Salgo de la casa y voy a recoger a Barreiros. El especulador sigue allí. Se ofrece a llevarnos de vuelta. Aceptamos. En el viaje de ida me he mareado, así que ahora me siento en la segunda fila de asientos de su Ssanyoung nuevo, mirando hacia delante. El especulador está divorciado y tiene hijas. Hay una barbie atada a un globo gigante en el asiento de al lado. La cojo. Le han cortado el pelo. Barreiros va delante. En el semáforo del Mercado Central, el especulador me pregunta si tengo amigas guapas para él. Le digo que no tengo amigas. Barreiros se ríe y yo me muerdo la lengua. Él es alto, cuarentón, con barba y gafas y una calvicie incipiente en la coronilla. Tiene la voz grave, casi de radio, pero es demasiado nasal, como si tuviera una flema en la campanilla. Se gira y me dice que  se siente solo, que lo entienda. No me importa. Le pregunto si no es capaz de buscarse un ligue por sí mismo. Dice que si tengo alguna amiga guapa, lista y buena persona, él organiza una fiesta. El especulador carece de esas mismas virtudes. Luego ofrece otra posibilidad: que se encuentren en una habitación de hotel a oscuras y no vuelvan a verse más. Barreiros le dice que hay profesionales. El especulador argumenta que es una experiencia y que las chicas quedan satisfechas. Digo que no lo dudo y miro por la ventanilla. Casi hemos llegado. He dejado de escucharle. Ya no llueve. Me pregunta si hay trato. Le digo ya veremos y pienso en una venganza. Nos bajamos en el siguiente semáforo. Le doy las gracias y digo hasta luego. Barreiros también se despide. El especulador dice que me he enfadado y se ríe. No voy a concederle ese placer, así que me giro y le sonrío.