El último viaje
El primero en despertarse tenía que llamar al otro. Íbamos a París y queríamos salir temprano. A las ocho he llamado a Barreiros sin salir de la cama. Él se acababa de despertar. Le digo que me llame en diez minutos y me tapo hasta los hombros.
Llevo a Sara al colegio y compro el pan y los periódicos. Es un día como otro cualquiera y nadie sospecha que me voy a París. Suena una canción de Delerm en mi cabeza. Al doblar la esquina veo a Barreiros con el móvil pegado a la oreja. Mi teléfono empieza a sonar. Salimos de mi casa a las once y media. Si todo va bien, será el último viaje que hagamos con el XM. El coche ya está en ebay y la subasta ha empezado.
Paramos a comer en un MacDonalds de un pueblo entre Pau y Toulouse. Nos sorprende que se pueda fumar.
No tenemos música porque el casete del coche se desconectó cuando cambiamos la batería y nunca supimos el código de seguridad. Barreiros ha fracasado en su intento de repararlo empalmando cables. No importa. Hacemos versiones de Calamaro, Bunbury y Kevin Johansen. Discutimos argumentos para rodar un videominuto en París. Es algo así como una tormenta de ideas en autopista.
Llegamos a París a las once y media. Dice Barreiros que no está orgulloso de haber hecho 1160 km en doce horas, contando las paradas. El radar ha saltado y nos ha hecho una foto antes de entrar en un túnel. Yo sí estoy orgullosa: hemos llegado a casa de Germán siguiendo mis indicaciones, sin mirar ningún mapa y no me he equivocado. Germán nos espera en la puerta de su casa. Lleva sus zapatos de punta afilada y una cinta en el pelo.