Herencias

            He heredado mi primer trabajo: dar clases de español a adolescentes franceses. Es tan terrorífico como suena.

            Empiezo un lunes por la mañana. Llego puntual y no hace demasiado calor. Me toca el grupo de iniciación: no saben casi español y hay cuatro alumnos de integración. Mi amiga me ha pasado lo que ella llama “ejercicios estrella”. Son juegos más o menos divertidos en los que no se aprende casi nada pero a lo mejor se ríen.

            Nada más entrar los siento en círculo y aparto la mesa del profesor –estoy siguiendo los consejos de mi jefa. Digo mi nombre y una chica me pregunta si lo que llevo en la boca es un piercing. Son muchos y me miran como si fuera una extraterrestre. Hay una chica que lleva el ojo morado. Otra, sandalias y una falda muy corta. Otra grita de pronto que su novio le ha mandado un mensaje. Están hiperhormonados.

            Les propongo un juego: hay dos equipos, uno elige un famoso y el otro equipo tiene que adivinar quién es con preguntas de sí o no. Mi amiga dice que la competición les motiva. También dice que es mejor que yo ponga los famosos si no quiero que sean raperos franceses chungos. Pienso en un icono y digo Marilyn Monroe. Me miran con cara de no saber quién es. La chica del amante virtual dice que ya sabe quién es: el que canta. Me rindo y digo Fernando Alonso. Lo conocen. Creo que me miran como a una carroza. La clase ha terminado.

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