Un retablo fascinante

‘Lancha rápida’ es la primera novela de Renata Alder (Milán, 1938). Se publicó en 1976 y fue galardonada con el Hemingway Foundation/PEN Award, dedicado a óperas primas de ficción. Adler había formado de la plantilla de ‘The New Yorker’ y fue la primera mujer crítico de cine de ‘The New York Times’; escribió crónicas y reportajes de casi todos los asuntos importantes del país y una crítica durísima contra ‘Cuando las luces se apagan’, el volumen que recogía las críticas cinematográficas de su compañera en ‘The New Yorker’ Pauline Kael. En 1999 publicó un libro sobre la que había sido su casa: ‘Gone: The Last Days of The New Yorker’, en el que se despachaba sobre lo que ella consideraba que había sido el declive de la publicación que acaba de cumplir sus 90 años. Adler lleva casi treinta años retirada de la vida pública, en parte de manera voluntaria, en parte, tal vez, castigada por decir todo lo que piensa. En 2013, la editorial New York Review Books reeditó sus dos únicas novelas, al menos hasta la fecha: ‘Lancha rápida’ y ‘Pitch Dark’, de próxima publicación en español.

Resulta tentador intentar establecer comparaciones entre Adler y la protagonista de su primera novela (las dos son periodistas). Jen Fain trabaja en un periódico sensacionalista, recorre el mundo escribiendo crónicas, vive en Nueva York y estudió en un colegio elitista para chicas; tiene amantes, viaja y toma clases para aprender a pilotar. Se enfrenta a la vida y al relato que hace de ella desde un lugar a medio camino entre la tristeza y el ridículo. A veces su tono es el de una impertinente brillante y deslumbrante: alguien con quien apetece estar pero por quien no te cambiarías. Una de las virtudes de Fain es que sus sumarísimos juicios también se los hace a sí misma: “Me estaba convirtiendo en una sanguijuela de la vida emocional”; confiesa. Hace gala de una envidiable capacidad de síntesis en el repaso que hace de sus compañeros, por ejemplo: “Desde que tengo este empleo, he salido con cuatro hijos de famosos, dos hombres de negocios con novelas inacabadas, tres escritores con la costumbre de preguntarme “¿Puedo usar eso?”, cuando decía algo que les parecía típico, y un director revolucionario que me daba unos golpecitos en el pelo y decía “Eres muy dulce”, cada vez que le preguntaba algo”.

A través de párrafos que a veces cuentan solo una frase y otras la secuencia completa, la novela va avanzando y retrocediendo en el tiempo: desde la universidad, su infancia en Nueva York y en el campo, las vacaciones, las estancias en islas con pintorescos personajes, las copas, los encuentros con amantes (resueltos de manera elegante y sutil) o los recuerdos de familia (“Mi padre se llamaba Paul-Ernst cuando era alemán. Se convirtió en Pablo al comprar un pasaporte costarricense. Fue Paulo cuando nos hicimos italianos en Lugano. Ahora es Paul en las noches en que, por inverosímil que parezca, juega al póquer.”), se va componiendo un retablo impresionista, ágil, dinámico y lleno de personajes, cuya aparición a veces es fulgurante, de un momento y de una época; y también de un mundo que se asoma a su decadencia. La prosa de Adler, su inteligencia, su capacidad de análisis y de descripción son un lujo más placentero que pasar un verano en la borda de un yate.

‘Lancha rápida’, Renata Adler, traducción de Javier Guerrero, Sexto piso, 216 páginas.

*Reseña publicada el jueves 25 de junio en el suplemento ‘Artes&Letras’ de Heraldo de Aragón. 

**La foto es el retrato que hizo Richard Avedon de Renata Adler.

El nogal

Greta_Nogal_2014

La noche de San Juan celebra la llegada del verano y el fin del curso; la apertura de ese paréntesis que empieza con el calor, el buen tiempo, las terrazas, los helados y los paseos nocturnos. Es una reminiscencia del pasado agricultor y tiene que ver con los ciclos estacionales. Celebra el solsticio de verano, aunque en el hemisferio norte se produce la noche del 20 al 21 de junio y las hogueras suelen ser la noche del 23. Mi madre siempre ha creído que había algo mágico en la noche más corta del año.

He visto muy pocas hogueras de San Juan porque no me gusta el fuego. En La Iglesuela del Cid hacían pequeñas hogueras en las que me animaban, entre bromas y veras, a tirar los cuadernos del colegio para celebrar el fin de curso y la llegada de las vacaciones. Nunca me atreví a lanzar nada a esos fuegos, ni las primeras cartas de amor que recibí, llenas de faltas de ortografía, del chico que vivía en la carretera, a la salida del pueblo. Y puede que ahí empezara a manifestarse en mí un controlado síndrome de Diógenes que me impide deshacerme de papeles pensando en que tal vez en algún momento pueda necesitar algo de esos papeles (consultar la fecha en que llegó la carta, el año en que bebí mi primer cubata, el verano en que mi hermano Jorge intentó conquistar a una amiga mía recitándole el abedecedario en eructos, ¿había nacido ya mi hermana pequeña ese año? ¿Cuándo hice mi última raíz cuadrada?).

Mi madre fue médica en La Iglesuela del Cid durante 5 años, aunque yo solo viví 3 allí. Fue donde le contaron uno de los secretos de la noche de San Juan. Mi hermana Sara había nacido en diciembre. La noche de San Juan de 1999 mi madre llevó a mi hermana bajo un nogal y allí le hizo su primer corte de pelo para que, según dice la superstición, le creciera con gracia. Todos nos reímos de lo que consideramos una excentricidad, casi una provocación, de mi madre. Cada vez que alguien aludía a los rizos y tirabuzones de mi hermana, mi madre sonreía con satisfacción, y uno de sus propios rizos le caía sobre la frente.

Hace un año, mi madre repitió el ritual. Pero esta vez, el bebé era su nieta, que nació un mes y medio antes. Estábamos bajo el nogal en casa de mis padre. Tenía en brazos al bebé, mi madre iba cortando mechones y mi novio hacía fotos. La tormenta que se desató la noche de San Juan frustró mis planes de celebrar la llegada del verano frente a una hoguera y tirar algunas cosas al fuego. Busqué las fotos del año anterior en mi ordenador mientras acariciaba los rizos del bebé, que ahora ya camina.

*Bañera publicada el domingo 28 de junio de 2015 en Heraldo domingo.

 

Zerolo

El martes 9 de junio murió en Madrid Pedro Zerolo (Caracas, 1960) como consecuencia de un cáncer de páncreas diagnosticado un año y medio antes y cuyo pronóstico inicial había sido de poco más de dos meses de vida. A pesar de la enfermedad, Zerolo seguía siendo concejal de Madrid –se había presentado por primera vez en 2003– y era el presidente de PSM, tras la dimisión forzada de Tomás Gómez.

Zerolo había nacido en Venezuela, donde su padre se había exiliado, estudió Derecho en la Universidad de La Laguna y después se trasladó a la capital. Fue una de las caras más reconocidas de los primeros desfiles del orgullo gay en Madrid, cuando Chueca todavía era un barrio semipeligroso y los homosexuales estaban estigmatizados. Presidió el  Colectivo de lesbianas, gays, transexuales y bisexuales de Madrid (COGAM), que luego pasaría a ser la Federación Estatal de lesbianas, gays, transexuales y bisexuales (FELGTB), que abandonó al presentarse como candidato por el PSOE en las listas municipales de Madrid con Trinidad Jiménez como número uno.

El principal logro de Zerolo, por el que serán recordados él y el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, fue impulsar –con ayuda de muchos, claro– la ley que permite el matrimonio entre personas del mismo sexo, aprobada en 2005, y que hizo a España pionera en legislación en materia de derechos y libertades. Han pasado diez años y las reticencias, los comentarios de mal gusto, las burlas, los recursos en el Tribunal Constitucional, las “peras y las manzanas” o el “que no lo llamen matrimonio” están difuminados en el recuerdo y han pasado a ser casi bromas cuyo origen nadie tiene claro. Quienes se oponían a la ley han terminado aceptándola: la naturalidad de la convivencia se ha impuesto. Zerolo se casó con su pareja después de que se aprobara la ley. Javier Maroto, del PP de Vitoria, anunció hace poco que contraería matrimonio con su novio. España abrió un camino hacia una sociedad abierta, tolerante y donde los derechos de las personas no se ven menoscabados por su orientación sexual, que han seguido otros países europeos: Luxemburgo, cuyo primer ministro se casó con su novio hace unos días, e Irlanda, que secundó la legalización en un referéndum. La ley fue un triunfo de los valores democráticos sobre la moral impuesta.

Sufrió duros ataques: en un momento especialmente delirante y perverso, los enemigos de las ideas de tolerancia llegaron a decir que su enfermedad bien podía ser un castigo divino. Nunca respondió. Perdió su melena rizada, uno de sus rasgos más identificables, y siguió en la lucha y el activismo por conseguir una sociedad –y un país– mejor, más justa, más libre y más igualitaria.

*Columna publicada el domingo 14 de junio de 2015 en Heraldo domingo.

Aguirre contra el mundo

La semana pasada surgió en Madrid un movimiento de apoyo a la candidata de Ahora Madrid, Manuela Carmena, cuya trayectoria profesional funcionó como acicate: de abogada laboralista a jueza, recibió el premio nacional de los Derechos Humanos en 1986 y luchó contra la corrupción en los juzgados. Desde su jubilación, entre otras cosas, comercializa las creaciones de los presos en una tienda de la calle Manuela Malasaña, en Madrid, en uno de los barrios que se llenó de carteles de diseñadores, pintores y artistas que con esas creaciones mostraban su apoyo a la candidata y animaban a los madrileños a votar a Carmena. Como se oía y se leía, en esta convocatoria el voto útil de la izquierda era para la agrupación liderada por Manuela Carmena.

Tal vez por su trayectoria, tal vez porque mantuvo el tono sosegado —como señalaba Manuel Jabois—, Carmena consiguió el domingo 20 concejales en el ayuntamiento de Madrid, solo uno menos que su rival, Esperanza Aguirre, a quien se le había encomendado la misión —tal vez ella misma— de movilizar el voto de su partido —lo que la noche de las elecciones llamó “los valores liberal conservadores”— y evitar lo inevitable: que la corrupción y la mala imagen tuviera consecuencias electorales. La última semana de campaña, los candidatos a la alcaldía de la capital mantuvieron cara a cara en la televisión autonómica. En esos debates, Carmena se mostró tranquila, sin elevar el tono de voz, contundente y puede que con mejores intenciones que medidas concretas. Llamó la atención que tuteara a Aguirre, a la que afeó que despreciara a la candidata de Izquierda Unida, Raquel López, por no tener estudios con una frase contundente: “No somos súbditos”.

Para evitar que Carmona llegue a la alcaldía, Aguirre le ofreció candidato del PSOE pactar, después de que este lo rechazara tajantemente, ha ofrecido un pacto que incluya a Ahora Madrid, Ciudadanos y PSOE, porque, dice, que no se debe “castigar” a los madrileños con un gobierno de Podemos.

Esperanza Aguirre es una experta en un género que ha inventado y explotado, algo así como el salto mortal semántico-pragmático en el que con ingredientes como el populismo y la llamada al pánico consigue darle la vuelta a la tortilla y casi a la realidad. Por ejemplo: Aguirre se autodesigna salvaguarda de la democracia para evitar que formen gobierno aquellos a quienes las urnas han legitimado. Las hemerotecas han recordado que Aguirre animó a los que protestaban en el 15-M a presentarse a las elecciones. Lo han hecho, pero ella sigue empeñada en que la realidad le dé la razón.

*Bañera publicada el domingo 31 de mayo de 2015 en Heraldo domingo.

Juana Biarnés

Una de las cosas que más le gustaba a Juana Biarnés (Terrassa, 1935) cuando era niña era que su padre se sintiera orgulloso de ella. Ese fue uno de los impulsos que la llevaron a acompañar a un grupo de espeleólogos a una excursión a una cueva llena de estalacticas y estalagmitas para fotografiarlas: su padre no podía ir a documentar gráficamente el descubrimiento porque tenía que cubrir las actividades deportivas de la zona y ella se ofreció a ir en su lugar a pesar de no tener experiencia. En 1955 se publicó ese primer reportaje. 60 años después, dice que ella no tuvo ningún mérito: “las fotos estaban ahí”. Se dio cuenta de que podía ayudar a su padre y no se lo pensó. Se matriculó en la Escuela de Periodismo, donde fue alumna del zaragozano Manuel del Arco. La colección Photobolsillo acaba de recoger en un libro algunas de las fotos de Biarnés.

En 1962 ella y su padre cubrieron la tragedia de las inundaciones del Vallès. Su padre fue muy claro: en cuanto dispusiera de material tenía que llegar a Barcelona como fuera y revelar las fotos para que en el país pudieran saber lo que estaba pasando en su comarca, que había quedado incomunicada. Las fotos abrieron el telediario del día siguiente. Las inundaciones dejaron más de mil muertos. Poco después, el diario ‘Pueblo’ le ofreció trabajo.

Tiene muchas anécdotas que contar: viajó en el mismo avión que los Beatles, los siguió al hotel de Barcelona y, una vez allí, llamó a la puerta y pasó más de dos horas con ellos hablando un poco de todo. Hizo unas fotos estupendas del momento. Tiene muchas anécdotas que contar: las fotos de Polanski, que acudió varias veces al restaurante que montó en Ibiza cuando abandonó la fotografía sin saber que ella era la autora de las fotos en las que aparecía el director practicando esquí acuático; cómo aprendió los secretos de la sombra con Massats, que revelaba sus fotos en el estudio de su padre. Algunas aparecerán en el documental dedicado a ella; de casi todas las anécdotas hay testimonio gráfico. Su marido, el periodista Jean Michel Bamberger, lamenta que no le hicieran una foto al cachorro de elefante que un enamorado de Juana Biarnés envió a su casa de las Ventas y al que acogieron solo esa noche, suficiente para que el animal destrozara las plantas.

Su padre le advirtió que el oficio que había elegido era duro y que, además, en su caso, sería aún peor porque era mujer. Le dijo que hiciera un trabajo impecable; eso no acabaría con la discriminación, pero sería una respuesta. Biarnés confiesa que sentirlo como un reto fue un acicate más para decidirse a entregarse al fotoperiodismo. Y lo consiguió: fue la primera mujer fotorreportera, la fotoperiodista del franquismo, y retrató su época en estampas frescas, juguetonas que delatan una mirada única y personal.

*Esta columna se publicó el domingo 17 de mayo de 2015 en Heraldo domingo.

Mooses

Rudolf Moosbrugger, fotógrafo, murió el 22 de abril en Zaragoza, la ciudad en la que se había instalado en 1982. Como casi todo el mundo, le llamaba por su apodo: Mooses. Trabajaba dando clases en la Galería Spectrum; ahí fue donde le conocí. Hablaba de apertura de diafragma, velocidad de obturación, balance de blancos, calibrado de pantallas y lentes con su acento austríaco. Había nacido en Innsbruck en 1950. Fue mi profesor de fotografía durante los cursos medio y superior.

Además de las clases (lunes y miércoles a las 19:30), que acabábamos con una cerveza en el bar de enfrente, a Mooses le gustaba organizar excursiones: paseos de noche y de día por la ciudad, o viajes en sábado por la mañana. De esos viajes conservo vagos recuerdos y una cantidad de información codificada en 1 y 0 que da testimonio de mi fracaso al intentar hacer una panorámica de la plaza de Toros de Tarazona, de planta octogonal (un reto que nos puso él); también me quedan montones de fotos en carpetas archivadas por temas que él proponía “mobiliario urbano”; “ZGZ noche”; “RetratoB&N”. En las excursiones Mooses solía ir con una Canon compacta semirréflex (“ya he cargado con mucho peso en mi vida”, decía). Seguí sus consejos y hace casi un año me compré una cámara que le encantaría: buen sensor, buena óptica, lente fija y luminosa; una buena máquina, como diría él. A veces Mooses se ponía con los brazos en jarras, justo antes de animar a un alumno, que le mostraba una foto de un proyecto, y señalarle con un dedo y guiñar un ojo y animarle a seguir trabajando por ahí.

Todo eso fue en el año académico 2007/2008, hace un millón de años, cuando trabajaba en el Bar Bacharach. Ese verano, España ganó la Eurocopa de fútbol y el partido inaugural fue en Innsbruck, la ciudad de Mooses. Como la campaña de promoción en la televisión utilizaba una canción de Goldfrapp, siempre que oigo al grupo, pienso en Mooses y en su pelo liso; en la boca enmarcada por una barba y un bigote que parecían estar ahí desde el principio de los tiempos. Era muy discreto y reservado con su trabajo como fotógrafo: no presumía de sus fotos, ni de su talento, no daba lecciones, intentaba guiarnos y poner sus conocimientos a nuestra disposición. Supongo que por cosas del idioma solo pronunciaba “sí” entre risas, el resto del tiempo usaba “ya” para asentir. Era delgadísimo y delicado. Tenía mucho sentido del humor y creo que de ahí nacía nuestra simpatía mutua: a los dos nos gustaba reír. Puede que nos hiciéramos amigos por eso y porque ninguno de los dos rechazaba una última cerveza.

*Esta bañera se publicó el domingo 3 de mayo de 2015 en Heraldo domingo.

Trasplante

De la definición que da el Diccionario de la RAE de trasplante (“Trasladar plantas del sitio en que están arraigadas y plantarlas en otro”, en su primera acepción) me gusta que aparezcan las raíces: da una idea de lo complejo que es. La quinta acepción es la que hace referencia a lo médico: “Trasladar un órgano desde un organismo donante a otro receptor, para sustituir en este al que está enfermo o inútil”. Me gusta la redundancia de órgano y organismo. No me gusta que la definición incluya el adjetivo “inútil”, porque un trasplante es precisamente lo contrario: usar órganos útiles para salvar vidas.   España es líder mundial en donaciones de órganos y en trasplantes: en 2013, el 4% de los trasplantes realizados en el mundo se hizo en España. Los datos de 2014 muestran que el número de pacientes trasplantados ha aumentado hasta los 4.360, una cifra récord. Detrás de cada operación hay un acto de una generosidad conmovedora. Aunque hay constancia de injertos de piel desde el siglo VII a. C., los métodos se han ido sofisticando desde el siglo XVIII, cuando John Hunter hizo los primeros trasplantes, gracias a las aportaciones de Pasteur. La escritora francesa Maylis de Kerangal ha escrito una emocionante novela de título definitorio, ‘Reparar a los vivos’ (Anagrama, 2015), sobre este tema: habla de la heroicidad calmada y nada estridente de los donantes y de los profesionales.

Mi tío José Antonio –que enamoró a mi tía la veterinaria mucho antes de hacer volar una cometa en la playa, aunque a ella le gusta contar que fue en ese preciso instante cuando decidió que sería el hombre de su vida– llevaba tres años esperando a que llegara un pulmón para un trasplante. Cuando entras en lista, tu vida cambia: tienes que estar siempre localizable y nunca a más de una hora del hospital. En el caso de mi tío, ese cambio de vida se tradujo en una mudanza. Empezó a preparase para la operación como se preparan los deportistas para las grandes citas: caminaba, hacía pesas, recuperó de un trastero una bicicleta estática, y llevaba continuamente una máquina de oxígeno. Una hepatitis lo tuvo fuera de la lista casi un año. La tregua duró hasta el 7 de enero: volvía a estar en la lista y atado al teléfono y a la ciudad donde le operarían, sin saber hasta cuándo.

El jueves 9 de abril, por la tarde, avisaron a mi tío de que había un posible donante de pulmón y que él era el receptor ideal. Entró en quirófano cerca de las dos de la madrugada. A las siete de la mañana, la operación había acabado. El martes estaba en planta. Con esa rapidez cuesta mucho, como aconsejan los médicos, ser cautos: la alegría gana a la precaución.

*Bañera publicada el domingo 19 de abril de 2015 en Heraldo domingo.

 

 

 

Relámpago

En alguno de los pueblos de Teruel donde pasé los veranos de mi infancia, aprendí a calcular la distancia a la que estaba la tormenta: había que contar los segundos que separaban el relámpago del trueno; es decir, la luz del sonido. Me costó tiempo entender que era el mismo fenómeno, pero que se percibía a destiempo por la diferencia a la que viajan uno y otro. Cuando el trueno sonaba casi a la vez que se veía el resplandor era que la tormenta ya estaba allí. Era como jugar al pilla pilla con la naturaleza; una especie de cuenta atrás que, en caso de cogerme en la calle, terminaría con un rayo atravesándome y chamuscándome como Coyote después de fracasar en el enésimo intento de acabar con Correcaminos.

Me he acordado de esto al terminar ‘Blitz’, la novela de David Trueba: ‘blitz’, además del nombre que han puesto los alemanes a una cala de Mallorca, significa “relámpago”, que hace pensar en tiempo y en luz; es destello y fugacidad, pero también algo que deja una huella, un eco, y cuyas consecuencias no siempre son inmediatas. Algo de todo eso hay en el libro: Beto Sanz es un paisajista que acude a un congreso en Múnich y allí, frente a su novia, Marta, descubre que ella está enamorada de otro. Parece que la torpeza sea el modelo de comportamiento: el descuido de Marta al mandar un sms a Beto por error precipita la ruptura, la desmesura de Beto cuando comparte mesa redonda y discusión con su archienemigo –aunque el odio circula en una dirección-, Álex Ripollés; la insistencia de este en remarcar belleza de Marta durante el vuelo que los lleva de vuelta a casa y en el que se reconcilian. También es torpe el sexo, que es uno de los temas de la novela y se aborda desde la naturalidad, la ternura y la imperfección de los cuerpos. El libro tiene también ese valor añadido: es una defensa de la belleza de lo feo, de lo hermoso de lo flácido y una rebeldía contra la tiranía de la juventud, la perfección, la tersura y el veto de las arrugas. La novela ofrece también una lectura sociológica: el protagonista es un arquitecto errante que no encuentra trabajo y que es víctima de la precarización de la vida.

El estilo del libro tiene algo de relámpago: a veces da la sensación de estar leyendo el cuaderno de notas del protagonista, por la ligereza y la crudeza con que habla y lo poco que se esfuerza en camuflar sus defectos. ‘Blitz’ está llena de personajes imperfectos y humanos, y hay sitio para el amor, la amistad, las equivocaciones y la ternura; es uno de esos libros que acompañan una vez terminados y cuya huella es mucho más profunda y duradera de lo que su aparente ligereza pueda parecer.

*Esta bañera se publicó el domingo 5 de abril de 2015 en Heraldo domingo.

Cuando traducir es un delito

En 2013 ‘La vida de Adèle’ ganó la Palma de oro en el Festival de Cannes. Abdellatif Kechiche era el responsable de la película, protagonizada por Léa Seydoux y Adèle Exarchopoulos, que era una adaptación de la novela gráfica ‘El azul es un color cálido’ (Dibbuks, 2013), de Julie Maroh (Lens, 1985). La novela gráfica, traducida a más de doce idiomas, cuenta el despertar sexual de una adolescente y la historia de amor entre dos chicas.

Sepideh Jodeyri (Ahvaz, 1976) es una poeta iraní que después de las protestas contra un posible fraude electoral tras las presidenciales de 2009 –cuyo resultado fue la reelección de Mahmud Ahmadineyad- decidió abandonar el país. Ahora vive en Praga y tal vez allí tradujo el cómic de Maroh al farsí, su lengua materna. Allí, quizás, escribió su libro de poemas ‘And Etc’, cuya presentación iba a tener lugar en un museo en Teherán, pero el día de antes el acto fue cancelado. Según la propia Jodeyri contaba a diferentes medios, muchas publicaciones iraníes retiraron las críticas de sus anteriores libros y las entrevistas que le habían hecho cuando no era una ‘persona non grata’, sobre su editor se cierne la amenaza de retirarle la licencia de publicación y el director del museo en el que iba a presentar su breve poemario fue fulminantemente despedido. Todas esas medidas destinadas a condenar a la poeta al ostracismo venían acompañadas de ataques contra ella en diferentes medios iraníes que recoge ‘The Guardian’. La web Raja News se preguntaba cómo se le había permitido a “una persona con tales creencias usar recursos del Gobierno para organizar un acto sobre su libro”. Con “tales creencias” se refieren a no condenar la homosexualidad, considerada un delito en Irán y castigada con penas que van desde los 100 latigazos a la muerte. Apoyar la homosexualidad también es ilegal, según declaró en 2013 Mohammad-Javad Larijani, secretario general del alto consejo iraní para los derechos humanos. La traducción al farsí de la novela de Julie Maroh no ha sido distribuida en Irán, donde no habría pasado la censura: la ha publicado la editorial iraní Naakoja, con sede en Francia.

Traducir es un oficio complejo, duro, gratificante y necesario. Y a veces, peligroso. Los libros contienen pensamientos e ideas, a veces revolucionarios, y son las mejores armas contra el pensamiento único y la intolerancia. Traducir es hacer accesibles otros mundos y otras ideas, así empezó la Ilustración. Negar los libros de Jodeyri es negar la circulación de ideas. Sin embargo, y por fortuna, matar al mensajero no hace que la realidad desaparezca.

*Bañera publicada el domingo 28 de febrero de 2015 en ‘Heraldo domingo’.

 

 

 

 

 

Elogio de lo leve

Escuché a Tulsa por primera vez en 2008. Me fascinaron los versos de “Seguramente me lo merezco” (en los que hace referencia a su poca destreza, frente a sus potenciales competidoras, en determinadas prácticas sexuales). Celebré que existiera ese grupo con una voz femenina rota y dulce: tenía sentido del humor y era capaz de exponerse sin caer en la autocomplacencia.

Tulsa es en realidad un grupo casi zaragozano, aunque dedique canciones al cabo Matxitxaco: Enrique Bunbury eligió a Miren Iza (Fuenterrabía, 1979), que se esconde tras Tulsa, para que le acompañara en la versión del “Frente a frente” de Jeanette que incluía en su disco ‘Las consecuencias’; es una tradición su concierto veraniego en la terraza de Le Pastis, en la ribera del Ebro, y para la producción del disco que acaba de sacar, ‘La calma chicha’, ha elegido a un zaragozano: Javier Vicente, de Big City.

‘Sólo me has rozado’ (2007) lo he escuchado tantas veces que todos los cortes han sido mi canción favorita alguna vez. Ahora ocupa ese puesto “Estúpida”, una canción con una melodía pegadiza y alegre sobre el paso del amor al odio. En 2009 publicó ‘Espera la pálida’, donde hay sitio para todo, incluso para una estupenda versión en castellano de Nick Cave para cerrar el disco. Reaparecen las rupturas: “Algo dentro de mí se ha roto, se ha partido como una nuez / Había pedido que esto no nos pasara a ti y a mí / Cinco días enteros sin saber / Cinco días enteros sin saber, al sexto ya no preguntaré”. Después, Miren Iza, experta en envolverse en un halo de misterio, hizo creer que desaparecía y, tras una gira de despedida, pasó una temporada en Nueva York. En 2013 publicó un EP, ‘Ignonauta’, de tres canciones, al que acompañó un cortometraje.

‘La calma chicha’ tiene que ver con ese entretiempo de incertidumbre y de espera en que no sabe si el viento vendrá de poniente, o eso ha explicado Miren Iza, que dice que este disco es deliberadamente leve, casi intrascendente. Por eso, tal vez, ha utilizado el corte “Oda al amor efímero” como presentación del disco, con un videoclip que huye de la pretensión dirigido por Jonás Trueba y en el que también hay presencia aragonesa: el actor Vito Sanz. Contiene canciones que hablan de películas, como “Los amantes del puente”, o “Los ilusos”. Y una maravillosa dedicada a su corazón, “Ay”, que es a la vez un examen, un autorretrato y un bello resumen de su trabajo: “Ay, llevo años escribiendo la misma canción / ay, con el único fin de saber más de ti / versos ‘inversibles’, versos inservibles, pues eres volátil y caprichoso, mi corazón / pues eres esquivo y caprichoso, mi corazón”.

*Bañera publicada el domingo 15 de febrero de 2015 en Heraldo domingo.